Diario de León

DESDE LA CORTE

Las piernas del presidente

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FERNANDO ONEGA
León

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CUANDO termina un día como el de ayer -y no ha sido el peor-, ¿qué sentirá el presidente del gobierno? Cuando haya repasado lo ocurrido en el día, se le habrán cruzado imágenes, palabras y personas. Unas, como enemigas: esa juez que paraliza su operación financiera más ambiciosa, la opa sobre Endesa; ese Zaplana que contempla el Estatut como un germen de escisión; esa ETA que sigue sin ofrecer esperanzas de armisticio. Otras, como amigas, pero traen dificultades: los socialistas vascos que critican al juez Marlaska; Carod-Rovira, que anticipa un Estado catalán futuro. Y en medio, su amigo el Fiscal General, que se suelta la lengua y abronca a Rajoy; su aliado Artur Mas, que celebra en el Congreso que Cataluña ya es una nación¿ ¿Qué pasará por la cabeza del presidente? ¿Necesitará salir a la ventana, como aquel cómico de televisión, a gritar «no siento las piernas»? ¿O, por el contrario, será el hombre satisfecho, que ve que su proyecto de gobernante tropieza con dificultades, pero avanza hacia la meta que él se ha marcado y sólo él conoce en sus medios y alcance? En jornadas como la de ayer, quizá debería asomarse a las pantallas de televisión y tranquilizarnos a todos, porque todo puede ocurrir: que Cataluña se exalte y haga estallar el nacionalismo insatisfecho que ahora lleva dentro; que los juzgados revienten de las enormes presiones que sufren; que las alianzas se desbaraten, en confusa mezcla explosiva de reivindicaciones, descontentos y una juez desconocida que imponga su parecer y diga, como la de Endesa, que aquí quien manda es la Justicia. Como en el fondo está diciendo Grande-Marlaska. ¿Y el cronista? El cronista ha escuchado por la radio a Pérez Rubalcaba, y le ha tranquilizado: don Alfredo ejerce el sereno papel de explicador de lo que parece no tener explicación, y tranquiliza. Pero a continuación empieza el bombardeo de declaraciones y discursos, la lluvia de exigencias, y se contemplan tantos frentes abiertos, tantos escenarios de batalla, que parece imposible que esto se pueda encauzar. No contempla a Zapatero en una guerra. Lo contempla en decenas de guerras a la vez. El cronista, al final, tiene que dar una opinión. Mira los discursos nacionalistas del Congreso, y sólo llega a una pobre conclusión: el Estatuto no está mal; desde luego, no está tan mal como dice el PP; pero en el futuro será lo que quieran los catalanes que sea. Lo podrán usar, como Mas, para presentarse al mundo como nación; pero lo podrán utilizar, como Carod, para dar base a la reivindicación de los próximos lustros. Mira la Justicia, la opa, el País Vasco, y sólo se le ocurre decir: Dios ilumine al presidente. ¿Y a los demás? A los demás, que nos coja confesados.

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