Diario de León

TRIBUNA

PP y PSOE de León: ¡acuérdate! La chica del mandil

Publicado por
MÁXIMO SOTO CALVO MANUEL GARRIDO
León

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EL 24 de abril de 2000, los partidos de ámbito nacional ejercientes en León: PP. y PSOE, junto al netamente leonés UPL, ratificaron el «Acuerdo por la identidad leonesa», adquiriendo un compromiso con «todos los leoneses, en defensa de sus señas de identidad¿». ¡Ni el PP, ni el PSOE han cumplido! Pero el compromiso con los leoneses sigue vivo, y hoy pro-Identidad Leonesa, proponente de aquel Acuerdo, les demanda públicamente su cumplimiento, más allá de las meras palabras. «En la Comunidad Autónoma de Castilla y León conviven dos identidades diferenciadas: La identidad leonesa y la identidad castellana¿», se lo recordamos con toda firmeza a los dos dirigentes provinciales: Isabel Carrasco, presidenta del Partido Popular; y a Miguel Martínez, Secretario de la Federación Socialista de León, pues, aunque ellos físicamente no fueran los firmantes, hoy son depositarios de los compromisos de sus partidos. Y, ¡lo escrito se lee! «El concepto de identidad leonesa¿ se extiende a todo el ámbito social leonés¿». A ambos políticos se lo recalcamos coincidiendo con los debates abiertos por nuestro centenario periódico: Diario de León. Su título, «Pasado, presente y futuro de León», es tan sugerente como imprescindible. «Se comprometen a la difusión de los valores propios de la cultura leonesa¿». Resulta doloroso que se esté haciendo práctica habitual en la política, pasar por alto lo pactado o los compromisos adquiridos. El pueblo parece que sólo está para votar y colocarles en sus puestos. A ambos se lo remarcamos: lo cultural no pasa por promocionar grupos f olclóricos, por ejemplo, que está bien, ésa es una visión corta y errónea, hay que ir a la verdad, hay que movilizar los sentimientos para situar esa cultura, atinadamente definida como el arte de vivir de los leoneses de cada tiempo en función de su propio medio, en el lugar diferenciado que la corresponde, siempre y en todo lugar. Léase: ente autónomo y Senado, toda vez que en ambos estamentos han tenido o tienen cometido. ¡Y, por cierto, nada han hecho al respecto! «Es necesario el propio reconocimiento de la identidad diferenciada leonesa...». Esta identidad no es de hoy ni de ayer, es de siempre, entiéndalo así ambos. No se trata, señor Martínez, de redefinir León en el ente. A los leoneses se nos debe un referéndum de aceptación o rechazo de esta autonomía mixta. Y, además, con ese inconsistente vocablo, redefinir, se trata de ocultar el nulo deseo de imponer lo leonés en la comunidad autónoma, es decir, ir más allá de lo meramente simbólico, o para la galería. «León es sobre todo una ciudad de servicios», Isabel Carrasco dixit, en su etapa de consejera de Economía en el ente. ¡Vaya un consuelo para la capital donde se celebraron las primeras Cortes democráticas! En las que, nuestros antepasados, «inventando» el parlamentarismo, ganaron en libertades, y nos marcaron un rumbo. Por cierto, tema este silenciado, minimizado, casi despreciado en su justa medida, por el ente que, tanto uno como otro, asumen y ¡defienden como intocable! «La defensa del patrimonio artístico y cultural leonés¿». A los dos les recuerdo que sus respectivos partidos, tienen enormemente descuidado el tema patrimonial leonés, un doloroso «olvido», probablemente por no ser capaces de elevar una palabra más alta que otra en el centralismo autonomista comunitario. Y han de ser los ciudadanos asociativamente, y saliendo a la calle, los que reclamen en asuntos como los Principia. las vidrieras, San Miguel de Escalada, Palat... Y un largo etcétera. Se decía también: «Este acuerdo busca proyectarse al conjunto de los medios de comunicación españoles en demanda de fidelidad a esas señas de identidad leonesas¿». Los partidos, al estampar sus firmas, adquirían la obligación de cumplir todos los compromisos que he ido resaltando. La respuesta de lo políticos autonomistas del ente no se hizo esperar, había que anular lo leonés desde la terminología que les interesaba: región por comunidad, lanzar la identidad castellanoleonesa, como si uniendo dos vocablos se homogeneizaran los sentimientos. Y más allá, el partido gobernante en el ente autónomo, con la inestimable colaboración del PSOE en la oposición, crearon la Fundación Villalar encaminada desde el seudo historicismo a anular a los leoneses plenamente. Nos niegan como pueblo histórico, anulan nuestra territorialidad, región leonesa, y enmascaran nuestra identidad en la amalgama de lo «castellanoleonés». A Isabel Carrasco y a Miguel Martínez me permito emplazarles para que, públicamente, se pronuncien, si retiran a sus respectivos partidos de ese compromiso adquirido con los leoneses o, en caso contrario, empiecen ¡ya! el cumplimiento inexcusable del acuerdo. En la Mesa de debate tienen una oportunidad excelente para cubrirse de gloria, o de¿ lo que quieran. La reforma estatutaria está ahí, ¡no valen ni silencios, ni excusas! HACE UNOS MESES demandó mi atención una extraña pareja: Villar del Monte y Shakes­peare. La razón de ese par tan insólitamente asociado habrá sin duda que ir a bus­carla en el recóndito venero del que surten los misterios sonrientes de la vida. El caso es que el doctor Bryan, un británico que parece secundar las huellas de otros célebres com­patrio­tas suyos para decir su adiós a todo eso desde un rincón remoto de nuestro país, grabó un día una pequeña plática entusiasta y dedicada a doña Concha Casado a propósito de su descu­brimiento, gracias a ella, de Villar del Monte. Villar del Monte, apresu­rémonos a decir­lo, es un pueblecito recostado en una ladera suave y soleada de la Cabrera Alta, porción de la Cabrera general, que precisamente se caracte­riza, frente a la Baja, por sus trazos geográficos más reposados y esas líneas con que dibuja colinas redondeadas y cóncavos valles apacibles. El doctor Bryan, en trance de explorador deslumbrado, citaba unos versos del suso­dicho Sha­kespeare, y lo hacía, tan gentilhombre como podía esperarse, primero en su español claro, aun­que un poco rígido y a continuación ya en inglés. Sorpresa con su matiz de asombro fue lo que me produjo, pero después he pensado que es lo más natural viajar por el ancho y remoto mundo provistos de nuestro equipaje interior propio, en el caso del doctor, su maleta shakespeariana. Desconozco la lengua inglesa, y sin embargo, creí ser tocado por el duende lírico y peregrino de las sonoras palabras en la voz del re­citador. Recuerdo bien la última, que sonó gravemente, casi como un acorde, de esos que prolongan hacia el silencio la música interminable, y era ésta y sonaba más o menos así: eglantains . Muchos años antes había coincidido otra pareja no menos sorprendente, aunque más compren­sible y familiar, incluso: Truchas y Conchita. Una muchacha al comienzo de su juventud retornó un verano al pueblo en que había vivido uno de sus abuelos. Había vuelto otras veces antes, ya desde la infancia, con ocasión de alguna fiesta, pero ahora lo hacía por otro motivo: terminada su carrera, comenzaba el doctorado. Su imagen por eso más solita aquel verano la mostraba sentada en una esquina de la tienda que había sido de su abuelo, incluso a veces en un extremo del mostrador con las piernas col­gando. La gente de Truchas y pueblos del entorno municipal entraba, charlaba, contaba por­me­­nores diversos y nombraba diarios objetos y lugares de su vida campesina. Cuan­do Conchita estaba en la tienda, solía llevar un mandil, y de esta ingenua guisa do­méstica podríamos caracterizarla aquel verano, la chica del mandil, para así completar, de paso y por otra parte, con la chica del tambor y la joven de la perla, un trío de cierta fortuna en la historia literaria. La función del mandil consistía en ocultar un cuaderno don­de discretamente apuntaba las maravillosas palabras de aquella extraordinaria fala que escuchaba con pasión en el oscuro y abigarrado recinto tenderil. Ella era, al fin y al cabo, una muchacha de ciudad, eso se veía a la legua, y el detalle de un cuaderno en sus manos, unido a un interés demasiado visible por escribir en él mientras hablaban, resul­tarían fatales para la espontaneidad y hasta la misma libertad de los humildes locutores. Así que ella se las ingeniaba para disimular, ¿y qué apunta­ba?: aquellos eglantains ; es decir, aquellos carqueisa, mazaneiro, xanzana, bedulo o bedula, tri­mueya, canzreiso, cha­biaina, culadeira, culleitizo, llourigo, llueidar... Aquella chica del mandil es esta doña Concha y la distancia ha quedado resuelta en un ca­mino siempre alentado por la cultura popular tradicional. Ese fue, como pedía Aristó­te­­­les, el blanco al que apuntó con un arco constante, minucioso, entusiasta y magistral. Es difícil hallarle par en ese campo, ese blanco de su pasión. No lo es señalar la exis­tencia de admiradores que precisa­men­­te la conocieron por sus frutos y la presencia de amigos que la aprecian y no menos la ad­miran. Y esta es la razón de que concluya brindando por una tercera pareja paradójica y feliz­mente multitudinaria: doña Concha y todos nosotros.

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