TRIBUNA
Leonesismo civil: taimada banda de altruistas
LOS QUE POR OFICIO trajinamos a diario en el áspero terreno de la ciencia criminológica, y por devoción en su prima literaria la narrativa negra, aseguramos con sarcasmo que nada bueno se puede esperar del género humano; lo contrario es ganancia para la especie. Si esta oración-sinopsis estuviera, además, esculpida en el frontispicio de la Facultad, los estudiantes se ahorrarían tres años de carrera y un raudal de contrariedades. Así de crudo. Se preguntará el lector, sin embargo, a cuento de qué viene este sermón pretencioso y coercitivo sobre la maldad intrínseca del hombre, si en realidad el título del artículo apunta otros itinerarios. Tiene, no obstante, bastante que ver. Sometidas a presión colectiva las cosas aspiran a empeorar. Es una ley natural estimada por los más celebrados tratadistas del género. Si algo puede ir mal, ira mal, e incluso es susceptible de empeorar, aseguró el pesimista Edward Murphy en su trillada teoría. Y ya sabemos que un pesimista de esta tipología es un optimista bien informado. El incansable movimiento asociativo no político, aglutinado en torno al leonesismo civil, se ha topado de lleno con este hecho empírico murphyano. A los ojos de la Junta de Castilla y León, esta tropa de sentimentales idealistas se ha convertido nada menos que en una banda de taimados altruistas picapleitos sin cargo institucional al que asirse y, por tanto, sospechosos de indocilidad, perseverancia e insurrección. Es decir, un peligro fuera de control que puede ganar la calle. La maniobra para su neutralización ya está en marcha desde la capital del Pisuerga y sus delegaciones. Un consistente grupo que supera la quincena de asociaciones, organizaciones y colectivos leoneses se confederó hace una temporada en una brillante iniciativa, sin precedentes en los pagos del viejo reino, que se ha dado en llamar Comunidad Leonesa .Es. Magnífica idea donde las haya, avalada por entidades que agrupan a varios miles de socios y simpatizantes, cuyo prestigio consta abiertamente acreditado. Hablamos de organizaciones sin mácula ni impostura como Promonumenta, Esllabón, Icecu, Proidentidad, Indumentaria, Urraca, Filatélica, Raigañu, Trovador, Gastronómica, etc., cuyos líderes se encuentran llamados a robustecer la primera división del andamiaje intelectual leonés, bien como ideólogos, bien como cartel de referencia, llegada la ocasión. La Junta no ha tardado en esgrimir su artillería pesada para invalidar el proyecto Comunidad Leonesa. Es, negándoles desde el negociado central vallisoletano de inscripción el pan y la sal con pretextos pseudolegales tan peregrinos que ofenden a la inteligencia. La jerarquía autonómica no comprende cómo una caterva de románticos heterogéneos ha podido llegar tan lejos y conjurarse dejando atrás el sempiterno y nocivo individualismo leonés. La Junta de Castiga a León está propiciando excusas perversas que le permitan enquistar el meritorio propósito federativo, he aquí el quid de la operación, hasta el punto de emponzoñarlo y destruirlo luego, creyendo, como Murphy, que sometidas a presión las cosas tienden a empeorar para la parte más débil del conflicto. Desde Valladolid cuentan también con los recelos perpetuos que el altruismo y la filantropía desatan en algunas formaciones políticas de León, e incluso en buena parte de su clase dirigente, que no han dudado nunca en sofocar a quienes ofrecen sus energías y su tiempo sin reclamar estipendio o prebenda a cambio, algo realmente inaudito en la arena pública. No obstante, el día que Murphy pu so en circulación su alegato con el fin de establecer un principio para la seguridad, desconocía que existen variables de índole sociopolítico, no contempladas en ese momento, como la memoria colectiva, el movimiento, la historia y la constancia que, unidos a elementos psicológicos como el factor «víctima», corren en la recta final en contra de su desalentada hipótesis y a favor de lo que podríamos denominar como sujeto frágil. Algo parecido a «cuanto peor, mejor». Cada vez que Juan Vicente Herrera vilipendia a León llamándonos «cavernícolas» desde su tribuna de Fuensaldaña, crea nuevos «mártires» y alimenta las filas del viejo reino de «francotiradores insurgentes». Es una regla de manual que los de la Junta desdeñan o no se han molestado en leer. Cuando se está trabajando para encontrar la solución a un problema siempre resulta de gran ayuda conocer la respuesta para soslayar las probabilidades de fatalidad. Yo me aventuro mediante estos renglones divagatorios a esbozar un procedimiento en la línea de Comunidad Leonesa. Es, y en virtud de la «contraley» de Murphy. Es sencillo. Que los leoneses no nos dejemos manipular ni reconducir; que no desamparemos nuestras raíces, nuestros afectos, nuestras tradiciones, nuestros recuerdos y nuestras esperanzas; que no permitamos que atropellen la tierra donde afanamos, donde yacen nuestros antepasados y donde se mecieron las cunas de nuestros hijos, el verdadero concejo de hogares allá donde quiera que estemos. En definitiva, una auténtica banda de taimados altruistas moridos de amor por León. El capitán estadounidense Edward A. Murphy nunca pudo llegar a imaginar que su aciago dictamen de 1949 suscitaría tantas y tan fervientes elucubraciones. Claro que para un yanqui la historia se remonta a poco más de dos centurias y a una Big Mac con doble de ketchup. En todo caso, ¿pueden ir aún peor las cosas? Estamos en los idus de marzo.