Diario de León

TRIBUNA

La actividad política y sus normas

Publicado por
JULIO DE PRADO REYERO
León

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DEJANDO a un lado el sentido peyorativo, que frecuentemente se da a la palabra política hasta el punto de solo escucharla da alergia a muchos, dando origen al dicho popular «la política que quede para los políticos», recordemos, no obstante, su etimología polis, que los griegos utilizaban para referirse a la comunidad y los romanos traducían por res pública. Hemos llegado ahora a otra, que se ha puesto de moda: la ciudadanía, referida, se entiende, a la de todo un estado o nación en su integridad y sin restricción de género alguno. La ciencia política no sólo es útil sino necesaria, porque está llamada a integrar todos los saberes precisos para bien ejecutarla; pero si intentase encerrarse solamente en el terreno de la teoría o de la sociología no pasaría en la mayoría de los casos de convertirse en una ciencia meramente aséptica. Ya en la antigüedad Platón en su famosa obra La República se propuso hacer una especie de ensayo filosófico sobre lo que él consideraba como El Estado perfecto, siendo Maquiavelo en una época bastante más tardía, quien además ya la considera como arte o manera de educar al Príncipe, hasta llegar con el tiempo a arbitrarse criterios más estables teniendo en cuenta ya la realidad cambiante y constante relativización de lo que en épocas pasadas se consideraba inmutable o inamovible, de suerte que ya en el año 1941 el autor italiano Maggiore pudo decir: «no hay política sino hombre político, hombre que piensa y obra políticamente». Por supuesto que desde la acogida embrionaria de los derechos sociales del hombre en la Constitución Francesa del año 1848 hasta la proclamación de la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU un siglo más tarde, exactamente en el año 1948, se registraron convulsiones ideológicas mundiales del calibre del liberalismo o del comunismo así como los conflictos de las dos grandes guerras europeas o mundiales; pero ciñéndonos aún más a nuestra realidad española llega después de una larga y difícil andadura la Constitución ahora vigente del año 1978, que recoge en uno de sus artículos «el derecho de ejercer la iniciativa legislativa popular» con otras más constataciones o declaraciones tan tajantes e incontestables como la de todos los ciudadanos somos iguales ante la Ley. Es también, a mi juicio, indiscutible, partiendo desde el campo filosófico, que la actividad política debe estar regida por criterios objetivos éticos y morales si quiere ser auténtica tarea dignificadora del hombre y de la comunidad para no quedarse en mera lucha para conseguir el poder o maniobra para conservarlo. De no arbitrarse criterios objetivos para orientar estas decisiones en el ámbito público no solamente el ciudadano de a pie resultaría defraudado sino que hasta la más perfecta institución democrática vendría a ser como «prostituida», quedando muy «tocada». En este quehacer la ética y la moral tienen un objetivo común, que es orientar la conducta del ser humano, apoyándose la primera en la razón para encontrarle sentido a la vida y discernir los caminos y experiencias más apropiadas a la hora de su educación y maduración, mientras que la moral puede intentar desde la fe iluminar y fundamentar aún más todo esto abriéndonos a horizontes sobrenaturales, en los que la Palabra de Dios también tiene mucho que decir en un clima de sano y leal diálogo, en el que estamos llamados a entendernos y no a condenarnos. Por todo ello en estos momentos se impone un serio examen de autocrítica, dejándonos conducir por un buen rigor filosófico y una cuidada dosis de sensibilidad política para no desembocar únicamente en exclusivismos apriorísticos o en rabiosas descalificaciones mutuas. Tampoco a la hora de seleccionar pautas éticas o morales podemos ignorar advertencias como la que ya hacía en el siglo XIX el ensayista y crítico inglés, J. Morley en su obra Rousseau: «aquellos que tratan separadamente política y moral, nunca entenderán ni la una ni la otra». Inclusive tratándose de ética política afortunadamente hoy contamos con enseñanzas clásicas de buenos maestros en esta materia, que nos ayudan a calibrar actitudes ante comportamientos, aunque legales, dudosamente éticos y morales, pero sí hábilmente manipulados con el intento de «llevar el agua a su molino». Con el fin de llegar a conclusiones correctas, según los grandes expertos, hoy son considerados como principios no negociables los siguientes: -La dignidad humana, debiendo siempre, según Kant ser consideradas las personas implicadas en las decisiones como fines en sí y no como medios. -La universalidad, intuida ya en la Edad Media por Tomás de Aquilo; puesto que la persona como ser social, que es, está destinada a vivir en el seno de la sociedad, desterrada toda especie de elitismo, ya que el fin de la Ley es el bien común con el punto de mira puesto en todos los ciudadanos. -La servicialidad, que para el cristiano tiene una sólida base evangélica, («no vine a ser servido sino a servir»), pues si se margina este principio, según Weber, dará como resultado que «en todo sistema de gobierno haya quienes viven de la política y quienes viven para la política». -La responsabilidad, que obliga siempre a calcular el alcance previsible para toda la comunidad, sin excepción, de las decisiones que se tomen, explicando a los ciudadanos su porqué y para qué. -La receptividad, que exige al político permanecer siempre abierto tanto a sugerencias como a críticas y quejas a través de todos los mecanismos institucionales y democráticos, con cauce abierto en todos los Medios de Comunicación Social, y finalmente -La transparencia necesaria en toda sociedad bien organizada; puesto que según el profesor de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Salamanca, Bonete Perales «no pueden existir dobles intenciones en la vida política. Constituye una obligación moral de todo político decir siempre la verdad a la ciudadanía, no ocultar tras mensajes ambiguos las intenciones inconfesables públicamente». -Recordemos por fin lo que a cuenta de todo esto decía el abogado y gran patriota italiano Mazzini «las promesas son olvidadas por los príncipes, pero nunca por el pueblo» o las causas señaladas por nuestro gran filósofo cristiano Aranguren, entre las que destaca la manipulación ajena de nuestra sociedad, ya que «tres cuartas partes de la humanidad no son reconocidas como personas (se entiende en su plenitud de derechos) desde el momento en que su dignidad de tales se encuentra maltratada, herida y violada de múltiples formas».

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