La hora de la generosidad

PARECE incuestionable que si el alto el fuego permanente de ETA cobra cuerpo, se nutre de gestos que le den verosimilitud y consigue afianzarse hasta volverse irreversible, el Estado tendrá que actuar con inteligente generosidad. Pero, tal como están las cosas, tan crispadas, convendría quizá llegar a acuerdos sobre este concepto, que, al contrario que la Justicia, contiene muchos elementos subjetivos. De entrada, hay que sentar el criterio central de que el Estado de Derecho no ha de perder un ápice de su firmeza. Lo cual no impide que, como anunciaba ayer el fiscal del Estado, Conde Pumpido, haya que valorar la incidencia de la nueva situación sobre la adopción de medidas cautelares y, a medio plazo, sobre la política penitenciaria. Pero en lo demás, la distensión, que será fruto de la generosidad, deberá graduarse con gran cautela y con la supervisión estricta de las víctimas, que en cierta medida somos todos los ciudadanos. La generosidad del Estado deberá llegar, en fin, cuando no suscite división y cuando ya no haya ningún riesgo de que se confunda con claudicación o con cierta cobardía.