AQUÍ Y AHORA
Nada es lo que parece
LA CONTRATACIÓN laboral en España tiene unos índices de precariedad muy superiores a los de la Francia en llamas, y la pregunta que se hacen muchos es, cómo siendo así, no tenemos aquí la réplica de ese terremoto que pone en peligro el futuro de Villepin. ¿Acaso son más conformistas nuestros jóvenes que los galos? Independientemente de que el problema en el vecino país tiene tantos o más componentes políticos que estrictamente sindicales, parece que los muchachos españoles cuentan con un arropamiento tanto familiar como institucional superior al de nuestros vecinos. Aquí basta ligar unos cuantos de esos contratos precarios para tener derecho a percibir el desempleo, no parece haber razones políticas para la algarada y no debe tener poco peso el apoyo que padres y otros familiares prestan a los jóvenes, al asumir una parte de los gastos de buen número de ellos. Instalados en una mínima comodidad es mucho más difícil llegar a los niveles de exclusión que todo indica aqueja a un número significativo de los que han salido a las calles francesas. La precariedad de nuestros jóvenes trabajadores o aspirantes a serlo tiene así un colchón ofrecido por el entorno más próximo, del mismo modo que se da por hecho, necesariamente, que disponen de algo parecido no pocos de los parados oficiales. La economía sumergida obra el milagro de convertir en desempleados singulares, privilegiados con respecto a su situación aparente, a parados que reciben algún tipo de ayuda oficial, casi siempre insuficiente por otra parte. Como en otros aspectos de nuestra vida, casi nada es lo que parece. Ni los parados pueden ser tantos como señalan las encuestas oficiales, ni los jóvenes estar globalmente en situación tan precaria como se deduce de las meras relaciones laborales, aunque sean víctimas de contratos leoninos.