EN EL FILO
La guerra entre dos mundos
EL ESTATUT de Cataluña ya no es un proyecto en ebullición, ni el punto de fricción de visiones encontradas. Es un hecho político objetivo, que a penas va a cambiar en el Senado. Por eso extraña tanto que, a la hora de analizar sus contenidos y su inserción en el corpus constitucional de España, Rajoy y Fernández de la Vega diesen la impresión de estar hablando de mundos diferentes, sin nada que reconocerse, y sin un solo punto de encuentro. La discrepancia es una condición esencial de la democracia, y nada hay de malo en que, por oportunismo electoral o por razones de fondo, salten chispas entre los partidos. Pero eso no justifica que, por obcecación o empecinamiento, se llegue a situaciones en las que no se reconocen los hechos ni se fecundan los desencuentros. La conclusión que yo saqué del debate sobre el Estatut es que el PP y el PSOE se equivocan a medias, y que, en el intento de hacer evidentes los errores del adversario, están incapacitados para reconocer y poner remedio a sus desvíos. Mariano Rajoy sigue teniendo razón en el análisis jurídico, y sólo desde una visión voluntarista del proceso de reformas se le puede negar que estamos ante un texto ambiguo, farragoso, contradictorio, puntilloso, improvisado y anticonstitucional. Pero todas sus razones se pierden y desdicen en la rigidez y esterilidad de sus posturas políticas, en su absoluta incapacidad para comprender la compleja realidad de España, y en su negativa a aportar reformas que reconozcan y resuelvan el problema político existente en el País Vasco y Cataluña. La señora Fernández de la Vega, por el contrario, vuela casi a ras de tierra. Lee la Constitución al gusto de cada parroquia, maniobra con un realismo apabullante, y es capaz de irse de dos y de tres, como Ronaldinho, caneando al adversario. Pero da la impresión de que no tiene estrategia a largo plazo, y de que hace política de puro peloteo, tapando un problema con otro y pintando el futuro colgada de la brocha. Tengo que reconocer que, mientras las cosas sigan así, me reconcilio mejor con el realismo optimista de Zapatero y Fernández de la Vega que con el pesimismo crispado de Rajoy y Zaplana. Pero soy consciente de que este modelo no es indefinidamente sostenible, y que en modo alguno puede considerarse inteligente el hecho de huir del aznarismo a base de acumular tensiones en el camino del futuro. Siempre dije, y sostengo, que los tópicos y las unanimidades no llevan a ninguna parte. Pero más estéril se me antoja un debate que no tiene puntos de encuentro ni genera conclusiones. Y por eso estaría mucho más tranquilo si, en vez de demostrarme lo hábiles que son, me mostrasen también que son inteligentes.