Capilla Clásica, 40 años

« LOS QUE amaron a Mozart, beben ya el agua de sus manos...», escribí una vez con la emoción palpitante, horas después de decir adiós a Ángel Barja, un ser irrepetible, libro abierto a las materias esenciales de la vida. Los que amaban la música la amaron, la amamos, mucho más después de compartir con él muchas horas de ensayos y muchos conciertos con la Capilla Clásca de León. Ciertamente ha pasado ya mucho tiempo desde que se fue el músico y el amigo pero es seguro que, durante el concierto extraordinario con el que la Capilla Clásica celebra mañana domingo sus cuarenta años, andará revoloteando por la Catedral su espíritu inquieto. La Capilla Clásica no es sólo Ángel Barja, desde luego, aunque su paso dejara el sello, la impronta imborrable, sólo compensada con el compromiso fiel de seguir siendo los mejores propagandistas de una obra decididamente humana. Antes que él, ahí estaba el primer impulsor de la aventura, Adolfo Gutiérrez Viejo que puso los fundamentos del rigor y del buen hacer; fallecido Barja, Fernando García Pérez asumió con generosidad y entusiasmo esa difícil responsabilidad del «después de». Y, desde hace ya catorce años, José Zaldo sigue manteniendo alto el pabellón de un coro que, felizmente, todavía es capaz de regalar conciertos como el que mañana, Domingo de Ramos, se nos anuncia. Mozart, Mendelssohn y Fauré, con su conmovedor Requiem, pondrán el marco a esta celebración que quiere ser un homenaje a todos los citados, a cuantos formaron y forman parte del coro y a quienes conciben la música como un vehículo de amistad y de concordia.