Diario de León
Publicado por
VENTURA PÉREZ MARIÑO
León

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EL «TENER principios» es una máxima relacionada con la virtud, con la ética de las personas. En la orilla de enfrente una persona sin principios supone alguien huérfano de referencias, sin contenciones, capaz de todo, es lo que se llama un amoral, que es peor sin duda que un inmoral. La falta de moral, de principios, el moverse al vaivén de aires cambiantes, curiosamente siempre hacia orientaciones interesadas, conlleva actitudes no sólo egoístas sino también a la larga actitudes que destrozan al propio amoral. Porque un inmoral tiene principios, aunque en algún momento determinado los transgreda y por el contrario un amoral , en su ausencia, se transgrede a sí mismo. La política no está exenta de inmorales, mas que de amorales. Posturas que se defienden únicamente para oponerse al adversario cambio de posiciones debido a la primera moda o encuesta o a réditos electorales; opiniones fingidas pero «políticamente correctas»; todo sin mirar atrás. Todo cabe en ese maremagnum que es la lucha por el poder y su estación término que es el resultado electoral que justifica todo lo que se ha hecho, ya no sólo por uno sino también por los propios votantes que, contagiados por el odio al rival, se suben a bordo del más fanático pragmatismo. Hasta aquí los que cambian, pero tampoco es un seguro de virtud la actitud de aquellos que mantienen sus principios a prueba de yunque y de tanta coherencia con «lo ya he dicho», les ataca el rancio. Como en todo, en el equilibrio y en la armonía está la virtud y contra lo que pudiera parecer no se está obligado a casi nada si se explica y si hay buena voluntad y además, tratándose de cuestiones públicas, se está dispuesto a reconocer la equivocación y el equívoco al que se pudo haber conducido a los demás. Toda esta introducción, prolija y farragosa, me sirve para aplaudir aquellas posturas de algunos políticos, martillos de herejes, que hasta ayer sostuvieron con un «Santiago y cierra España», que todo tipo de males , terrenales y celestiales, se nos venían encima por acoger en el régimen de la normalidad a aquellas/os que por faltarles un cromosoma tenían inclinaciones sexuales desviadas. Aplaudir porque se han caído del caballo y hoy comparten, con alegría, que nada malo hay en el matrimonio homosexual. Sólo me queda rogar, porque humildemente se les ha de pedir, que sean más humildes -o menos dogmáticos- en la defensa de sus posturas y así, del infierno al que nos habían enviado no nos tengan que sacar, aún sin chamuscar, para introducirnos en el convite de la tolerancia. De momento pues ,¡vivan los novios!

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