Casualidades

SIN SER nada espectacular, la pequeña Medina amurallada de Hammamet, en la costa tunecina, conserva el encanto de este tipo de estructuras urbanas, sobre todo si eres capaz de abstraerte del agobio de los vendedores a la caza del turista. El móvil, en este caso, es un alivio; el pretexto ideal para seguir entre el laberinto de callejuelas que van a dar al mar o al cementerio en el que plácidamente reposa sus pecados Bettino Craxi, sin la obligada lata de la negativa cortés ante tanto «sólo ver, no comprar». Uno cree en las casualidades lo justo, no más. Y en el pertrecho vacacional para estos días había tenido la precaución de cargar Meteoros , cuarenta y cinco años de poesía de Pereira reunida en un precioso volumen en Calambur, y un ejemplar calentito de El síndrome de Estocolmo , una quincena de cuentos con «cuatro o cinco hilos de verdad, que quizá sin darte cuenta llevas en la memoria», que ahora aparece en el libro de bolsillo de Alianza, que es como decir en lugar privilegiado de cualquier librería que se precie, aunque de éstas cada vez haya menos. El de la llamada es Pereira, que se admira desde León de estos prodigios de la tecnología cuando le explico mi posición, y aprovecho para sopesar en soledad un soberbio ejemplar de rosa del desierto. Los crepúsculos de Hammamet son visión recomendada por las guías turísticas, tan poco dadas a los alardes poéticos. Y el anochecer aquí, otra casualidad, coincide con las ocho de la tarde, un momento menos sórdido si te acompaña Antonio, aunque sea compartiendo un té a la menta, por la cosa del precepto.