Contrato temporal

LAS TARDODEMOCRACIAS, o democracias sobrevenidas tras decenios dictatoriales, no acaban de arraigar como fruto natural por estaciones; ahora es tiempo de fresas, se acabaron los nabos, de ajos todavía tardarán los rábanos. No hablamos de los simulacros de una buena parte de las antiguas repúblicas soviéticas, sino de viejísimos países del sur de Europa, aunque sin duda bien eurohomologados. No se puede restaurar lo que nunca existió, es preciso crearlo con perseverancia y humildad. En Italia, por ejemplo, ha habido que echarle muchos, pero que muchos coglioni para echar a Silvio Berlusconi, y aun eso por la mínima y en tiempo de descuento. No importa, en la jornada decisiva Il Cavaliere se quedó esta vez sin scudetto. Ahora, faltaría más, como no le cuadran las cuentas, exige que se cuente de nuevo, o pretende travestir de la Merkel a Il Professore. En España, el actual politburó de la oposición reacciona con mayor patetismo: «Mi palacio me lo robaron, de noche cuando dormía, los okupas, que se lo reparten a pedazos». Y es que, cuando están en el poder, todos olvidan que la casa común es nuestra, y ellos sólo la usufructúan en precario. Nosotros, el pueblo soberano, les firmamos un contrato por cuatro años, renovable o no. Un contrato temporal.