EL RINCÓN
Safari urbano
NO ES CIERTO que a todos los jóvenes les guste el botellón, ya que los hay que prefieren apalear mendigos, por no hablar de los que trabajan desinteresadamente en una ONG. Lo que quizá sea reprobable es la afición, cada vez más extendida, de practicar sangrías humanas. Muchachos pertenecientes a familias de eso que llamamos clase media se dedican al safari de indigentes. Se juntan grupos poco numerosos y salen por las calles dispuestos a cazar pobres. Les da lo mismo que sean pobres genuflexos, cantarines, manuscritos o de cualquier otra variedad. No les importa tampoco que sean conminativos o que muestren en exceso su gratitud. El caso es eliminarlos para así, poco a poco, ir acabando con la mendicidad. ¿Por qué no se tendrá en cuenta el alto fin que persiguen? El Juzgado de Menores de Barcelona ha condenado a ocho años de internamiento y a otros cinco de libertad vigilada al chico de 16 años que quemó a una mendiga que dormía junto a un cajero automático. La sentencia se ajusta al techo sancionador que permiten las leyes actuales. El prometedor asesino es menor de edad y al parecer a los 16 años no se tiene plena conciencia de lo que se hace. ¿Qué sabía el chico lo que iba a ocurrir si rociaba a la indigente con gasolina y luego le arrimaba una cerilla? La agresión fue grabada por las cámaras del cajero. El chico, cuyo nombre se omite respetuosamente, enmascarado en las iniciales, no estaba de suerte aquel día. Tampoco la mendiga. La sentencia ha provocado división de opiniones. A unos les parece ecuánime y otros piden justicia. Son los que no saben que es mejor no pedir nada.