TRIBUNA
Salud y república (a J. A. Balboa)
Querido amigo Toño, yo también estoy perplejo, como te pasa a ti. Pero por motivos muy distintos. En la mayoría de tus columnas de los lunes en Diario de León («Con viento fresco», J.A. Balboa de Paz) apenas das tregua a un empecinado encono contra la política del actual gobierno. Pero lo del pasado día 17 («Los falsos republicanos») a propósito de las diversas conmemoraciones por el aniversario de la Segunda República excede cualquier prejuicio o animadversión. Se está convirtiendo en una costumbre que cierta derecha descalifique ásperamente y a estas alturas el segundo período republicano con argumentos que vienen a justificar el golpe de estado del 18 de julio. Desde hace décadas, la historia de España se trata sin complejos aparentes, pero este período está sometido a una inexplicable excepcionalidad (junto a la dictadura), que impide hablar de ellos en términos de objetividad histórica, de normalidad sin descalificaciones, para, según dicen, «no remover heridas». Incluso tú mismo llegas a escribir: «... el truco está en cuestionar el régimen de Franco, al que se califica en el manifiesto como un tiempo de retroceso. Será cierto...» ¡¿Será cierto?! ¿No lo es acaso? ¿Es un «truco» cuestionarlo?. Imagino que ha sido un desliz de la pluma en el marco de tal diatriba. Pero ya lo que sobrepasa cualquier medida es que se achaque la guerra civil al fracaso de la República, efectuando una pirueta de inversión digna de mejor pista. Según ese argumento, ¿deberían haberse sentado en el banquillo los componentes de UCD, Suárez a la cabeza, por el 23-F? ¿Se justifica entonces un golpe sangriento para frenar el desarrollo de una democracia que, con sus agudísimos problemas y defectos (nadie los pone en duda), fue precedida y sucedida por regímenes autoritarios?. La República y la Guerra civil son los acontecimientos recientes de nuestro pasado que más bibliografía han producido, en España y fuera de ella, de hecho son parangonables con la Segunda Guerra Mundial a esos efectos. Sin embargo, sólo en nuestro país (durante la dictadura apartado de la interpretación cabal de ambos fenómenos) se está produciendo una suerte de revisionismo que pretende justificar el golpe fascista mediante la crisis del régimen republicano. Sin embargo, ninguno de los acontecimientos de dicha crisis desemboca necesariamente en un pronunciamiento armado. Esa fue una alternativa, que liquidó un régimen legítimo, democrático y progresista (en todos los sentidos), y, por añadidura, significó un definitivo distanciamiento de Europa. Que los golpistas tuvieran sus motivos no quiere decir que tuvieran la razón, se ha dicho. La transición española tuvo mucho de ley de «punto final», y lo que entonces se entendió como un éxito (quizás lo mejor que podía hacerse entonces, es cierto) hoy día, con una nueva generación abriéndose paso, descubre los defectos que las soluciones de compromiso tienen a largo plazo. Entre ellos la interpretación de la historia reciente. Historiadores foráneos, como Beevor o Graham, en síntesis recientemente publicadas (aunque la primera tenga más de 20 años en inglés) no dan crédito alguno a los Moa y otros herederos de un franquismo residual e incontinente. Tampoco es fácil escuchar que se critique con el mismo apasionamiento a otras épocas históricas, pese a la fiebre de conmemoraciones que (todos los años un centenario) abruma el panorama cultural español, de manera que parece que sólo sabemos mirar hacia atrás. Pero muy atrás. Hemos publicitado con honores la conquista de América, los diversos reinados de Austrias y Borbones, la Edad Media, los celtas, el Islam, Roma... De Atapuerca a la movida madrileña nada despierta tales suspicacias como esta «bestia republicana» y quienes lucharon a su lado contra la insurrección militar... Quienes no tenemos una biografía antifranquista que vindicar (lo único que yo reivindicaba entonces era algún balón fallido en el patio de la escuela primaria) ni otra que actualizar o justificar, pertenecemos a una generación que puede y debe mirar el pasado reciente a la cara, sin vergüenza y sin censuras, sin deudas pendientes, sin ataduras morales o intelectuales. Podemos hablar de lo que queramos. Y hacerlo de la república no significa reclamar una forma de gobierno, aunque creo que nadie pueda discutir la mayor legitimidad y racionalidad de ese sistema frente a cualquier régimen sanguíneo o dinástico (otra cosa muy distinta es su oportunidad política). Pero, ¿por qué esa hostilidad contra uno de los escasos períodos de nuestra historia reciente que podemos mirar con dignidad? ¿por qué hacia estos cinco años (y sólo a ellos) tanto despecho? ¿Por qué esa inquina precisamente contra uno de nuestros escasos antecedentes de auténtica democracia? ¿Por qué, amigo Toño, ese ruido y esa furia?