Ibarretxe y la primavera

YA ES primavera en Ibarretxe. El ínclito terco es, con sus planes, como Groucho Marx con la ética: éstos son mis principios, pero, si no le gustan, aquí tengo otros, decía el genial cómico. El presidente de aquella nuestra comunidad no tiene ninguna gracia, pero guarda una colección interminable de muñecas rusas: saca una, que no se la compran, saca otra; que se la derrotan en las elecciones autonómicas, saca otra; que le riñen por hacerlo de forma solapada al anuncio de tregua, saca otra más... Ahora Ibarretxe lo ha hecho en formato naif, con el dibujo que dice que le ha enviado una niña, de nombre Maider, y que Ibarretxe ha explicado con esa facundia trufada de jefe de centuria de la Falange y cura decididamente paternalista, de esos que jugaban al balón con los niños sin quitarse la sotana y con la sonrisa en los labios después de haberles dado un capón. El caso es que Ibarretxe nos dice, y nos quiere vender, que da igual que te hayan pegado un tiro que haberlo pegado tú. Sostiene, como un descubrimiento, que los asesinos -él no emplea esa palabra-, tienen derechos. Pues claro, ¿no se ha leído la Constitución? Los reclusos, los detenidos, los juzgados, tienen derechos; estamos en un Estado garantista, democrático. Este lunático aún no se ha dado cuenta de que si él está en Ajuria Enea es gracias a la Constitución española, que si hay un Estatuto que ha permitido el mayor nivel de autogobierno de la historia en aquella parte de España es porque hay una Constitución. No conozco otro caso de cargo público que esté más dispuesto a arremeter y deslegitimar todo aquéllo que ha hecho posible que él ostente ese cargo. El patético Ibarretxe está descolocado en este proceso de final del terrorismo. Tanto él como el aberzale Egibar, están bastante lejos de la posición razonable, posibilista y de colaboración con Zapatero que tiene en este momento Josu Jon Imaz. Lo cierto es que este individuo, que considera un mérito propio ir en bici con alguien que se apellide Martínez, es justo lo contrario de lo que quiere predicar. Es muy sencillo: quiere legitimar a los que han asesinado, quiere ningunear a las víctimas y, en cualquier caso, seguir siempre en el poder.