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El flamante ganador del Premio Nacional de la Crítica 2005, el poeta Eloy Sánchez Rosillo, cree que «la poesía, a largo plazo, puede llegar a humanizar al ser humano». Lo malo es que el pueblo, que escribe a diario sus propias poesías, no se toma en serio la palabra y pasa de poetas y versos. El que no posee sonantes bienes, en vez de cantares, queda excluido. Es un marginal. Todo se mueve alrededor del individualismo competitivo insolidario, la chispa que nos fragmenta social y culturalmente. Poco importa la meditación poética, la poesía vivida con autenticidad, el ejercicio moral del verbo, sí -como dijo el literato- vivimos sin advertir que vivimos. Ciertamente, hay mucho ruido que nos distrae, mucha intrascendencia que nos dispersa. Lo de acercarse a la vida en su sentido más profundo, es decir, en un estar ligero de equipaje, es para los poetas que viven en la poesía, o sea en minoría. De vez en cuando nos damos cuenta que existimos y buscamos ese latido que nos reanime y despoje de tantas dimensiones inhumanas que soportamos a diario. La vida, a la que todos pertenecemos y nos pertenece, lleva consigo un alma; unos derechos de existencia para todos y por todos. La desgracia reside en que algunas personas todavía se mueren sin conocer, o sin poder saborear la universalidad e indivisibilidad que supone llevarse a los labios, libertades y justicias verdaderas. Hay embriones humanos a los que no se les permite ni respirar, incluso reciben una tutela legal menor de la que se les otorga a los embriones de ciertas especies animales protegidas. Lo humano, como lo poético, vale bien poco. Son las contrariedades de la familia humana que se deshumaniza a pasos agigantados, con correrías de odios y venganzas por doquier. Lo de hacerse benigno es de soñadores, de poetas como Eloy Sánchez Rosillo; como si la humanización fuese un ritmo a cultivar en exclusiva por los corazones sensibles. El patio de la existencia no puede ser más desolador. Gobiernos democráticos que se ahogan en la corrupción. Políticos haciendo carrera como víboras trepadoras. Poderes abrigados con una legión de normas que nos vuelven anormales. Ahí está lo último. Lo que es tan bestial como inaceptable, producir un «bebé-medicamento», o sea un humano que pueda actuar como donante compatible para curar a otro hermano suyo enfermo ¿Qué supresión de pena de muerte es esa que no protege a los no nacidos? Claro, éstos no votan. Pero una sociedad que no hace justicia con aquellos que no tienen voz, es como el joven caprichoso que tira piedras al cielo, al final una le cae encima y lo manda al otro barrio en menos que canta un gallo. Sin duda, debemos preocuparnos y ocuparnos más por la coherencia de hacer vida en una patria globalizada. Lo de sacar menos pecho y más corazón es un buen poema para empezar. No se puede seguir instalado en el permisivismo moral, puesto que destruye convivencias, destierra el sentido del auténtico bien común y nos vuelve ciegos de entendimiento. ¿Debemos rendirnos ante una cultura utilitarista como la presente, que, mientras parece exaltar al ciudadano le roba su dignidad humana? Asistimos a la necedad de tantos parlamentos y a las presiones y ambigüedades de toda índole, que a veces se llega a dudar en qué pueblo reside la soberanía y si el humano, en su afán de ser poderoso, pierde conciencia y razón, lenguajes y semánticas. En asunto de lenguas, la torre de lo irracional es bien grande. Algunos ejemplos recientes ponen en entredicho la ley de leyes, el texto constitucional madre de todas las concordias del Estado español. Comprenderá el lector que estas extravagancias me saquen de quicio. Dice la Constitución que nos gobierna, o que debe gobernarnos por su vigencia, que «el castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla». La alarma de unos padres ha propiciado que Convivencia Cívica Catalana lleve al Parlamento de Cataluña una iniciativa legislativa popular en defensa de la enseñanza en lengua materna y el bilingüismo escolar. En la situación actual sólo los niños catalanohablantes reciben sin ningún obstáculo, y sin que tengan que solicitarlo sus padres o tutores, la totalidad de la enseñanza en su lengua materna, mientras que los castellanohablantes, en el caso de que lo soliciten expresamente, obtienen, en el mejor de los casos y en la primera enseñanza, lo que se denomina «atención individualizada». Oiga, que eso no es lo que dice la Constitución. Que unas familias tengan que pedir derecho a un derecho que es Preliminar en un Estado de Derecho, me parece de lo más absurdo y de lo más necio. Al final, con tanto desaguisado de incumplidos, cuando los que mandan pierden la vergüenza y, en consecuencia, los que obedecen pierden el respeto, creo que es bueno retornar al sentido común, que no es otro que aquel que considera la pluralidad y la singularidad de cada persona. Pienso que la vuelta a la palabra dada (al estatuto de la verdad) contiene fermentos y estímulos que nos ayudan a esa búsqueda común de signos lingüísticos, donde el ser humano (nacido o no nacido) sea lo más importante y fundamental. La primacía de la persona sobre todo lo demás y la humanización de las estructuras sociales debiera ser el título preliminar de toda ley, de todo poder. La cultura en su culto de autenticidad y la actividad creativa en su cultivo de lucidez, estimo que es una buena manera de hacernos ver más allá de la realidad material que nos circunda. El camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio, son como los andares del poeta que se interroga a sí mismo. Es cuestión de verse en la poesía y de renovarse con la libertad debida, con la justicia deseada, con la igualdad que nos da el sol que sale al amanecer en todas las tierras y para todos los humanos. Salga la humanidad a humanizarse y el caracol del mundo será de la poesía y de los poetas. Nos hace falta.