Diario de León

DESDE LA CORTE

Leve aviso a reformistas

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FERNANDO ONEGA
León

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DESPUÉS de la que han montado; después de todo lo que nos hicieron discutir; después de la quiebra creada en la convivencia, sólo faltaba una cosa: que la sociedad -en este caso la catalana- dijera que todo lo debatido el último año no le interesa para nada. Es decir, que «pasa» y que voten los señores padres del Estatut. ¿Hay algo de eso? Algo debe haber, porque el gobierno Maragall, más sus aliados ocasionales de CiU para el referéndum están buscando cómo llevar votantes a las urnas. A falta de mejores argumentos, pensaron en prolongar dos horas la jornada de votación. Al final tuvieron que abandonar la idea por algo que no tenían previsto: la Ley Electoral lo impide. No es una anécdota. Los indicios de participación popular son poco optimistas. No es que peligre el «sí», que las últimas encuestas sitúan en un modestísimo 56 por ciento. Es que peligra el hecho mismo de acudir a las urnas. En un 18 de junio, con sol y playa, el ciudadano no parece dispuesto a sacrificar su ocio por un papel que no ha entendido y le tiene sumido en el caos mental; donde unos le dicen que España se rompe; otros que no se atienden las exigencias nacionalistas; otros le aseguran que su país se proclama nación, y otros que todo sigue igual. Si al principio de la redacción del Estatut había poco interés popular, ahora existe la confusión. No es extraño que se quiera hacer votar a la s piedras para no hacer un ridículo histórico. En éstas, llega el proyecto de Estatuto de Andalucía. Las circunstancias se repiten. Según oigo a conocedores de la realidad andaluza, poca gente pide su reforma. Se define a esa Comunidad como «realidad histórica», y la gente lo toma a cachondeo. Insignes dirigentes como Alfonso Guerra lo ven como «una broma», aunque después lo terminarán votando en el Congreso. Y ahora mismo, tal como está redactado, se lo considera un estatuto «de políticos», en una calificación/descalificación que quiere remarcar que se está haciendo a espaldas de los sentimientos populares. Es probable que la sociedad termine por sentirse desvinculada de su contenido, porque la gente quiere normas que resuelvan y no creen problemas. Apunto estas notas sólo como aviso a navegantes. Este país nuestro está metido en una carrera de reformas. Algunas producen vértigo por sí mismas. Otras son exageradas de forma impúdica por parte de la oposición. Pero, como decía José Bono en sus buenos tiempos, «nadie me para por la calle a reclamar una agencia tributaria propia». La clase política de este momento, que quiere pasar a la historia por su capacidad de innovación, quizá tenga que mirar más a la calle. Y quizá descubra la enorme distancia entre sus mensajes y el lenguaje popular.

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