Ríos escénicos y salvajes

EL CONGRESO celebrado la semana pasada en Zamora, de «Homenaje al Duero y sus ríos», ha dado nuevos enfoques a la conservación de la red fluvial duriense. Se ve la mano de dos peleones en la Confederación Hidrográfica del Duero, Helena Caballero e Ignacio Rodríguez que, desde hace un par de años, han impulsado la sustitución de unos conceptos ingenieriles basados en el cauce canalizado, obra de escollera y hormigón, en unas actuaciones que defienden el discurrir meandriforme de corrientes y pozos, el dominio público hidráulico vestido de riberas naturales y no de plantaciones de chopos híbridos, el agua de calidad y no sólo su cantidad, y las empalizadas y deflectores para ayudar a la defensa de márgenes en riadas. Hemos escuchado en el desarrollo de esa reuniónopiniones juiciosas, como las de Javier Martínez Gil, catedrático de hidrogeología e impulsor de la Fundación Nueva Cultura del Agua, expresión que encierra una filosofía diferente: una hidrología humanística para poner coto a la destrucción vandálica de los ríos, desde una ética centrada en la dimensión espiritual que encierra todo venero fluvial. Ya basta relegar la funcionalidad de un río a una mera garantía de caudales ecológicos y lavar nuestra conciencia con esta nimia concesión al hermano que nos da bebida, energía, sombra, árboles, verdor, libélulas, zapateros, efímeras, saltos de peces, croar de ranas, trinos de ruiseñores y silbos de nutria. Incluso se ha informado que los Estados Unidos, paradigma del consumismo y del capitalismo salvaje, poseen la Ley de Ríos Escénicos y Salvajes, serie de normas que defienden un conjunto de ríos naturales, bravíos, cuya función es seguir siendo ríos y no sucedáneos canalizados y prostituídos. Varios ejemplos de azudes y presas desmontados para reconstituir tramos fluviales silvestres, apoyan estos conceptos que rompen el dogma del único valor del río regulado. He escuchado buena música en el evento zamorano, acorde con la Directiva Marco del Agua.