FRONTERIZOS
Chinos
LE DIERON un punto de cosmopolitismo a la ciudad a principios de los ochenta. Por un momento, cambiamos los bocadillos de calamares y las tapas de callos por los rollitos de primavera y el pato agridulce, y nos sentíamos más mundanos en aquel primer restaurante chino donde nos liábamos con los palillos y mirábamos el fondo del vaso de sake buscando bellezas exóticas e imposibles. Esto fue mucho antes de que oyéramos hablar de la globalización y de que a los cocineros de aquí les diera por leer a Derrida y se pusieran a deconstruir tortillas como posesos: el recetario de guardia eran las 1080 recetas de cocina de Simone Ortega en edición de bolsillo, donde te explicaba claramente cómo freír un par de huevos. También lo ignorábamos todo de los chinos, salvo que eran muchos y tenían un líder que escribía catecismos laicos levemente taoistas, aunque ya teníamos ciertos recelos porque habíamos visto las películas de Fu-Manchú y estaban de moda las de artes marciales y algo habíamos oído sobre la muerte misteriosa de Bruce Lee a manos de la mafia amarilla. Poco más sabemos ahora de los chinos, aunque sí hemos aprendido que el líder venerado no era más que un ególatra salido que dejó en herencia un estado de capitalismo perfecto que hacer temblar los mercados internacionales de materias primas y es capaz de invadir el mundo con su universo de plástico a veinte duros. Al propietario de los chinos de Ponferrada le han decomisado veinte toneladas de alimentos en mal estado y por la ciudad vuelven a circular leyendas siniestras que analizan la ausencia de gatos en los callejones con forma de pagoda.