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León

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SÓLO HAY UNA brizna de diferencia entre el corazón del hombre bueno y el del malvado, pero tan profunda como un abismo; una brizna nada más, aunque todo lo esencial cabe ahí. Unicamente en un matiz se distingue la mirada del amor de la del odio, sin embargo ¿hay destellos más distintos? Un matiz nada más, aunque todo lo esencial cabe ahí. El otro día me encontré frente a la Catedral con una compañera de profesión y estuvimos charlando acerca de la muerte de nuestros respectivos padres. Me quedé con la sensación de que nuestras palabras quedaron para siempre impregnadas en los pináculos. Qué hermoso es vivir en esta ciudad abarcable, donde aún puedes detenerte y charlar, sentir la presencia del milagro y la sutil epopeya cotidiana, donde una sonrisa o un gesto aún pueden curar una herida (o aliviarla). Después de todo, ¿qué es la felicidad, sino estar vivo, dar y recibir vida? Tu mujer (gracias, Marta), tus hijos, aquellos que no están (¿realmente se han ido?), las viejas canciones que amas, los amigos (y aquellos que lo son y aún no lo sabes), los sueños que se han cumplido (también los que no se cumplieron), la necesidad de consuelo, el perdón, las convicciones, cada plegaria, la humildad en el logro, la dignidad en el fracaso ¿ no son nuestro gran credo común? Pese a ello, algo falla en el engranaje del mundo, decantado hacia el horror y la destrucción, ajeno a las leyes sagradas del amor. Sí, es verdad, sólo hay una brizna de diferencia entre el corazón del hombre bueno y el del malvado, pero es tan profunda como un abismo.