¿Dónde están las llaves?

HUBO UN TIEMPO en el que el despiste ideológico se saldaba con aquel emblemático «ya no sé si soy de los nuestros». Eran tiempos en los que el paraguas ideológico, o por lo menos el de las siglas, cobijaba al personal comprometido, servía de polo de atracción o de rechazo,... No sabíamos si éramos de los nuestros, pero al menos podíamos adivinar dónde estábamos parados. Eran, efectivamente, otros tiempos. El currículum político de los próceres públicos se medía en tiempo de militancia, precocidad en el compromiso, ascenso en los cargos ocupados,... Hoy no pocos historiales políticos se enredan en el cambio de siglas que atesora el aspirante, los pactos y contrapactos realizados ora a favor de unos, ora en su contra, en las expulsiones de un partido para ingresar en la independencia militante que permite venderse al mejor postor. Los ayuntamientos de Villaquilambre y León son un buen ejemplo de este devenir vertiginoso de las compraventas que poco tienen que ver con lo público y mucho con el interés. En el caso del alfoz, a poco que se esfuercen se van a quedar sin «alcaldables» antes de que termine un mandato que no es ni mucho menos para olvidar, sino para tomar buena nota. Hace tiempo la medida incontinencia verbal de que hace gala Rodríguez Ibarra puso los pelos de punta a los muchos que se estremecieron al oír lo que casi todos piensan: es necesaria una reforma del sistema electoral que evite que gobiernos e instituciones queden en manos de quienes desde el poder que les da la inmensa minoría ejercen sin contemplaciones el rodillo sobre la voluntad de la absoluta mayoría. Las llaves, las famosas llaves, campan a sus anchas por un impotente panorama político que, desde el Congreso hasta el pueblín, naufraga atado de pies y manos.