EN EL FILO
Subir la moral
ES DIFÍCIL intuir cuánto y/o cómo influirá la muerte del jefe de al-Qaeda en Iraq, Abu Musab al-Zarqaui, en la marcha de la guerra y del proceso político, pero en primera instancia el hecho es una gran victoria táctica en la lucha contra el terrorismo «yihadista». Cuando fue capturado Saddam Hussein (inolvidable la presentación del también inolvidable Paul Bremer con su «¡señoras y señores, lo tenemos!») los observadores curtidos recomendaron cautela y recordaron que el antiguo presidente no era el cerebro de la insurgencia. Pero al-Zarqaui sí era el «emir» de al-Qaeda en Mesopotamia y él, a cambio, reconoció la autoridad del «jeque Bin Laden» y le prestó su vasallaje. Pero ahí terminó todo y este arreglo siempre pareció a los especialistas algo artificial y más bien funcional que genuinamente político y orgánico. Al-Zarqaui actuó siempre como un jefe local autónomo y su crueldad y su rudimentaria visión política chocaban, en particular su odio a los chiíes, a quienes insultaba en sus comunicados, con estrategias algo más refinadas. Hay que añadir que, como reveló el The Washington Post en abril, el gobierno americano seguía un plan propagandístico para exagerar el papel de al-Zarqaui y vincular así la invasión de Irak con la guerra contra el terrorismo. El tiempo dirá pronto si su muerte tiene consecuencias de mucho peso sobre el conjunto. Es improbable, pero la operación da moral al gobierno y a Washington, coincide con la designación, por fin, de ministros consensuados de Defensa, Interior y Seguridad y es mucho más relevante que la captura d e Sadam en diciembre de 2003.