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CARLOS G. REIGOSA
León

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LOS CIUDADANOS interesados en el destino de la UE tienen los ojos puestos en el semestre alemán, cuando el Gobierno de coalición que encabeza la canciller Angela Merkel gestione Europa. Esto ocurrirá a partir del 1 de enero del año próximo. Entre tanto, y aunque casi nadie lo sepa, este semestre preside la UE Austria y el próximo lo hará Finlandia. Es así como funciona ahora la cosa pública europea. ¿Qué se espera de Alemania? Entre mucho y demasiado. Mucho, porque Angela Merkel ha demostrado unas convicciones europeístas que permiten presagiar decisiones relevantes e impulsoras de una desfallecida UE. La canciller ha demostrado ser consciente de los males que aquejan a Europa: bajo perfil político, nacionalismo económico, populismo xenófobo, inseguridad ciudadana y, lo que es peor, la parálisis generada por el parón constitucional y esa extraña alternativa presentada bajo el lema «Otra Europa es posible» que está sumiendo a la UE en la imposibilidad de ser nada, porque los que apadrinan el eslogan luego no lo desarrollan (como ocurre con el «Otra España es posible», «Otra globalización es posible», «Otra Iglesia es posible» u «Otros perros con los mismos collares son posibles»). Angela Merkel ha dicho el martes que la UE no puede seguir así, abandonada a su suerte, sin proyectos ni liderazgos claros, y se pronunció -en presencia de Chirac- a favor de resucitar la Constitución. Por eso encarna la esperanza. Y quizá también es demasiado lo que se espera de Alemania: que ponga orden en esta casa que tanto valoramos y tan mal defendemos. Y orden quiere decir, en este caso, prioridades para el desarrollo del gran proyecto común que es la Unión Europea. No se trata de enfrentarse al Reino Unido con la bandera de la Constitución europea como estandarte. Se trata de sumar al Reino Unido y a otros euroescépticos en la búsqueda de una unión política que saque a Europa del pantano en que la metió el no francés a la Constitución y le permita crecer. Incluso los británicos consideran que Europa debe tener un presidente permanente y acabar con las rotaciones semestrales. ¿Por qué no empezar por ahí? No sería un paso tan pequeño.

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