DESDE LA CORTE
Después del partido
LO CONFIESO avergonzado: yo soy ese ciudadano que no ha visto el partido de España. Ni siquiera lo ha oído por la radio. Sí, ya lo sé: soy un hereje, un mal español, un ser insensible que no participo de los momentos de gloria de mi nación. Soy capaz de leer entero el mensaje de ETA al gobierno francés, ¡qué aberración!, pero no me atraen nada once señores tratando de meter la pelota en una portería. ¡Qué horror! ¿Cómo puedo vivir en este mundo? ¿De qué hablaré hoy con la gente, con el camarero, con el taxista, con mi propia familia, si ignoro cómo se metieron los goles? Quizá me falte patriotismo; quizá esté deformado profesionalmente y, si no juegan Zapatero ni Rajoy, es como si no hubiera partido. ¿Y cómo se ha enterado usted de la victoria?, me preguntará algún lector. Por la misma deformación profesional, querido amigo: me fui a la página web del Diario de León, a buscar noticias del proceso y de la expulsión de Txapote, y me encontré este titular: «Torres redondea la goleada». ¡Coña!, me dije. El nombre de Torres parece español. ¿Y hubo goleada? Y allí estaba: un 4-0. Lo nunca visto, oye. Como diría un charlatán de feria, ni uno, ni dos, ni tres: ¡cuatro goles como cuatro soles! Mejor que Brasil. Mejor que Francia, que Italia, que Argentina, que la anfitriona Alemania, que todos los favoritos juntos. Estuve a punto de asomarme a la ventana: Es-pa-ñá, Es-pa-ñá. Pero no lo hice. Ahora que lo pienso, ¿por qué no lo hice? A lo mejor, me daba vergüenza. ¿Cómo voy a gritar la palabra España por la ventana? Alguien podría pensar que soy un facha. Alguien podría reprocharme que sólo grito el nombre de mi nación cuando es para festejar el fútbol. Así que puse la radio, y en el estadio sí se corea el nombre de España. La radio me cuenta que los Príncipes de Asturias están emocionados. ¿Será por la victoria futbolística o porque oyen el nombre de su país coreado por doce mil gargantas? Seguro que no han visto nada parecido. Me acordé del presidente Zapatero: le pidió a Luis Aragonés que le llamara antes de cada partido, porque el inquilino de Moncloa «da buena suerte». También en esto es el único optimista que queda en el país. ¿Optimista, he dicho? La Selección representó el pesimismo nacional. Pocos apostaban un euro por una arrancada tan feliz. Si había celebraciones preparadas, eran para recibir a la Selección humillada. Ahora ya hay quien piensa que se puede ganar el campeonato. A Zapatero sólo le falta que le salga bien el referéndum catalán. Ya le puede decir a la oposición que España no se rompe. La han salvado once señores que consiguieron meter el balón cuatro veces en la portería. Cuatro tantos. Exactamente el mismo número que los puntos de la inflación.