Diario de León
Publicado por
PANCHO PURROY
León

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EL SUICIDIO ecológico (ecocidio) no es exclusivo de nuestra sociedad gastadora y superpoblada. Cuando Hernán Cortés atravesó Yucatán no se enteró de las ciudades mayas comidas por la selva. Entre los años 250 y 800 la población maya alcanzó gran densidad, sostenida por un fenomenal sistema de regadío. El bienestar estuvo ligado a una fiebre constructora de palacios y templos, con lo que se deforestaron los pinares hasta lo alto de las montañas. Las talas acarrearon resultados funestos, empezando por un abarrancamiento que llenó de sedimentos ácidos y empobreció las vegas. Eliminado el bosque protector, arrancó una era de sequías cíclicas sin posibilidad de aumentar el labrantío. Se habían reunido las condiciones para desencadenar una hambruna terrible, como marcan unos esqueletos afectados por malnutrición y enfermedades. Mientras el pueblo pasa hambre, los aristócratas siguen empeñados en enriquecerse, guerrear y competir en lujo con los vecinos, construyendo monumentos cada vez más enormes. Los mayas, la civilización modelo de América central, desaparecen. Más terrible fue el destino de la gente de la isla de Pascua. En 1722 llegó allí el primer europeo, sin ver ni un árbol ni un animal de tiro, en un paisaje lleno de gigantescas esculturas de piedra, los 847 moai, de 4 a 20 metros de altura y 10 a 270 toneladas de peso, habitado por unos pocos indígenas enclenques y miserables. Se sabe que son descendientes de polinesios que llegaron hacia el año 900 a una isla llena de selva y aves exclusivas. Con la moda de las estatuas, transportadas sobre raíles de madera y cuerdas vegetales, la tala gigantesca terminó por dejarlos sin suelo, leña ni piraguas. Hacia 1680 una gigantesca revuelta termina con los jefes y hechiceros, seguida de canibalismo y derribo de los moai. Se habla de factores que colapsan sociedades, con cuatro importantes: cambio climático, degradación del ambiente, hostilidad de los vecinos y pérdida del comercio amistoso.

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