DESDE LA CORTE
Referéndum y credibilidad política
¿CÓMO va a confiar la gente en su clase política? ¿Cómo no decir que los políticos embaucan al personal? ¿Cómo fiarse de los mensajes de los partidos? Miren lo que ocurrido con las interpretaciones del referéndum catalán. Donde los datos de participación muestran escaso interés ciudadano, Zapatero ha encontrado un «amplísimo respaldo». Donde el mismo ZP ha detectado un gran beneficio para Cataluña y España, Mariano Rajoy ve tal conjunto de datos negativos, que considera que hay que frenar todo el proceso de reformas estatutarias. Donde hay una coincidencia básica en calificar el nuevo Estatut catalán como confuso y prolijo, Pasqual Maragall lo ve como «el mejor que hemos tenido nunca». Con lo honrado que sería reconocer lo evidente (es decir, que el pueblo catalán ha votado poco, pero el voto afirmativo es indiscutible), la mayoría de los políticos quieren ganar el referéndum a su manera. Con ese fin manipulan el lenguaje de las urnas a su conveniencia. Como la legitimidad de la consulta y del Estatut no está en cuestión, hay que deducir que la clase política trata de legitimarse a sí misma y su discurso anterior. Y así tenemos que nadie pidió la abstención, pero la abstención es equiparada al voto negativo por el Partido Popular. Los mayoritarios PSC y CiU propugnaron la participación, pero como la gente prefirió la playa, le echan la culpa al sol y al calor, en lugar de reconocer que no consiguieron interesar a los contribuyentes. Si hubiera llovido, la culpa sería de las nubes. Con lo cual, el ejercicio mental más saludable es que cada cual haga su propio análisis, lejos de la contaminación partidista. Podrá ver que todo es bastante más coherente. La primera consideración es que el Estatuto queda aprobado. Sin alharacas, pero aprobado. Ya sólo el Tribunal Constitucional podrá hacerle algún «cepillado» (expresión de Alfonso Guerra), según lo que argumente el Partido Popular en su anunciado recurso. La segunda es que en ningún sitio está escrito que haya que lograr una participación determinada. Lo único que hace una participación baja es rebajar el entusiasmo de los ganadores, que buena falta hace. La tercera, que mal puede presumir de victoria quien ha recogido tan poca cosecha de votos negativos. Si el ciudadano no fue seducido para votar, menos lo ha sido para rechazar el Estatut. Y la cuarta, que los partidos políticos deben revisar el interés popular de sus mensajes. En el caso catalán, se han metido en una refriega identitaria o de alarma sobre la ruptura del Estado, que el pueblo no ha entendido ni ha querido entender ni atender. Pero ya tenemos Estatut. Próxima escala del tren Zapatero, el País Vasco. Ahí sí que todos saben lo que quieren.