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Publicado por
Jesús Salamanca Alonso
León

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PARA el estudio del fracaso escolar se toma como punto de referencia el porcentaje de alumnado que no llega a obtener el título básico de nuestro sistema educativo; es decir, el graduado en educación secundaria obligatoria. Es una forma excesivamente simplificada de exponerlo, pero no hay que complicar innecesariamente los conceptos. Hoy el fracaso escolar está estancado, aunque varias comunidades autónomas han conseguido reducir su tasa de fracaso. Durante mucho tiempo ha crecido aproximadamente a un ritmo de un punto por año. A nadie debe sorprender el dato del treinta y dos por ciento de fracaso escolar si tenemos en cuenta los años que llevamos con la Logse y lo que ello supone. Éste es el gran lastre del socialismo español. También es la asignatura pendiente de los gobiernos populares de Aznar, al no haber sabido distribuir los tiempos de sus dos legislaturas: si hubiese tenido a la educación entre sus prioridades, lo normal hubiera sido la derogación de la LOGSE tras su «desembarco» en el Gobierno, mediado el año 1996, así como la aprobación de la LOCE antes de finalizar su primera legislatura. El fracaso escolar debería ser un problema para aquellos políticos que dicen trabajar por y para la educación. Un dato tan elevado nos coloca a la cabeza de Europa en fracaso escolar, teniendo por debajo a los de siempre, también Estados del sur. Con el porcentaje aludido no solo no vamos a cumplir los objetivos establecidos en Lisboa para 2010, sino que nos estamos quedando totalmente descolocados para cumplir objetivos futuros. Ni desde el Gobierno actual, ni desde el anterior, se han trabajado con seriedad y convencimiento planes contra el fracaso escolar y la evaluación del sistema educativo. La LOCE se quedó en fuegos de artificio humedecidos y la Logse representó una gran dejadez en este sentido. El tiempo dirá si la LOE puede resolver algo al respecto. Los datos globales para el Estado español son fáciles de extraer y estudiar. Pero analizados por comunidades autónomas son muy llamativos. Tal curiosidad es aún más preocupante si distinguimos entre comunidades socialistas y no socialistas. Entre las primeras, algunas han mejorado mucho, pero siguen generando desconfianza entre los analistas educativos, hasta el punto de preguntarse si forman parte de la estrategia común de bajar artificialmente el fracaso escolar, según se desprende del estudio que hace unas semanas publicó al respecto un semanario de educación. El Gobierno español dedica muy poco dinero a educación, si lo comparamos con otros países europeos. Es evidente que no por destinar más dinero se reduce mejor el fracaso, como no por invertir en tecnología educativa los resultados son mejores. En muchas ocasiones falla la concienciación general, la metodología, los objetivos a corto y medio plazo, la preparación del profesorado, la actitud ante el hecho educativo, las aspiraciones de la comunidad educativa,... Un dato a tener en cuenta es que el porcentaje de profesorado que ha incorporado nuevas tecnologías -ya no son tan nuevas- a su labor diaria es mínimo; otra cuestión bien distinta es el uso personal que hacen los docentes de las mismas. No conviene crear alarmismo en temas hacia los que la población muestra especial sensibilidad, pero en ocasiones los hechos son tozudos: la escasa relación entre dinero invertido en educación y resultados finales es un hecho constatable. Todos sabemos que la institución escolar no es autosuficiente para educar, porque la educación nunca ha sido un problema único y exclusivo de la escuela y del profesorado. Cualquier sistema educativo moderno precisa de la participación y de la gestión democrática para su funcionamiento y para su evolución. La educación es una tarea fundamentalmente de la familia. La escuela debe apoyar esa tarea, además de incidir en la parte instructiva. Los padres y la escuela deben ser una sola voz en cuanto afecta a la educación. Cargar con la responsabilidad exclusiva a una de las partes supone desequilibrar la realidad, el proceso y los resultados. Tanto el fracaso escolar como el abandono educativo temprano son imposibles de corregir si no hay una participación conjunta de toda la comunidad educativa. Se suele decir que no hay peor sordo que el que no quiere oír; pero lo cierto es que existe uno peor: aquel que conociendo la realidad, por un oído le entra y por otro le sale.