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Publicado por
YASHMINA SHAWKI
León

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NUNCA ha sido fácil ser ni abogado, ni juez, ni fiscal en Irak. La aleatoria legalidad impuesta gracias al peculiar ordenamiento jurídico establecido por el partido Baaz solamente permitía una práctica profesional segura si ésta se limitaba a lo que aquí entendemos como derecho de familia. Todo lo que rebasase este límite llevaba adosada una bomba de relojería que podía estallar en cualquier momento, caso de no satisfacer a los máximos dirigentes de la cúpula del Baaz. La pantomima judicial suponía que si el encausado era un miembro del Baaz, podía acudir al juicio con un arma, ponerla bien a la vista y salir impune de cualquier delito. Por el contrario, la actuación implacable contra los delincuentes comunes a los que se torturaba, a menudo, hasta la muerte, para obtener una irrefutable confesión, ahorraba costes considerables al sistema judicial del país. El encarcelamiento por la simple sospecha de no ser afín al partido Baaz, por ser chií devoto o manifiestamente kurdo, y las minusvalías con las que se liberaba a los invitados de lugares tan siniestros como Abu Ghraib, convertían a los abogados en meros títeres del régimen. Superada esa época macabra, ahora, aquél que le negó un juicio justo y una defensa adecuada a decenas de miles de iraquíes disfruta de estos beneficios. Sin embargo, ser abogado de Sadam, como lo fue el difunto Jamis al Obeidi, no es plato de gusto salvo que se sea adepto, porque, tal y como le ha sucedido ya a tres letrados, lleva implícito el riesgo de ser asesinado. Y ello porque, además de la generalizada inseguridad que vive el país, son millones los iraquíes que quieren ver colgado a Sadam y que harán cualquier cosa para asegurarse de que la condena se lleva a cabo.

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