LA VELETA
Carta ovejuna a la jerarquía católica
AUNQUE el concepto de carta ovejuna es de mi total invención, su significado se inspira en el Evangelio, con matices e interpretaciones que conectan con la cultura actual. Porque, si llamamos carta pastoral a aquélla que escriben los obispos para orientación de su rebaño, no queda más remedio que denominar carta ovejuna a la que escribimos los fieles para llamar la atención de nuestros obispos. Claro que para que una carta sea de verdad ovejuna es necesario que el autor se confiese como miembro de la Iglesia, creyente en Cristo, y unido en caridad a sus hermanos y obispos, aunque haya interiorizado la cultura democrática como pauta de comportamiento para todas las sociedades integradas, como la Iglesia, por personas racionales y libres. Así que, aclarados los principios, vamos allá con la carta. Lo que quiero decirle a los obispos es que no pierdan el tiempo en defender su derecho a hablar de lo divino y de lo humano -incluyendo la política- cuando lo único que le achacamos los fieles es que lleven varios años callados como muertos, sin dar orientaciones concretas y solventes sobre los conflictos que se desarrollan en nuestra sociedad, y malgastando sus cartas pastorales en defender la asignatura de religión, el programa del PP, las relaciones sexuales sin preservativo, la sutil diferencia que separa el divorcio de la anulación matrimonial, y la cruz marcada -¡vaya ironía!- en la declaración de la renta. También hablan del aborto y los homosexuales como cuestiones de mayor envergadura moral y humana, pero, incapaces de reconocer ninguna de las transformaciones operadas en la familia y en las sociedades contemporáneas, parecen dirigirse sólo a los extraterrestres y al género muy respetable, pero a todas luces escaso, de los beatos impolutos. Pero los reproches del rebaño no se paran aquí. Porque lejos de estar callados, que sería un mal menor, los obispos hablan de política todos los días y a todas horas mediante persona interpuesta, sin reparar en el enorme escándalo que produce el hecho de haber cedido sus medios de comunicación a grupos de exaltados que los emplean para la lucha partidaria y para sus intereses personales. A los que creemos en algo nos producen estupor y desconsuelo. Y a los que no creen en nada, les ofenden en la inteligencia y en su ética, hasta dilapidar de forma incomprensible la autoridad moral que se había ganado la Iglesia en ciertas cuestiones sociales. Soy consciente de que escribo sin matices. Pero el periodismo sólo nos permite transmitir una idea cada vez. Y la mía es ésta: que nunca habíamos tenido una jerarquía con más bajo perfil pastoral, intelectual y social. Y que es ahí donde más nos duele.