FRONTERIZOS
El fútbol es así
LA VIDA ya no imita al arte: imita al fútbol, que estos días es el elemento globalizador por excelencia, por encima de las intenciones de la Organización Mundial de Comercio, que ensaya con el deporte las bases crueles de la economía sin fronteras, o de los deseos de Attac, para los que ya ha llegado el triste momento de la decisión entre la realidad y el deseo. El arte transforma nuestros sueños en un objeto simbólico. El fútbol va más allá: se ha convertido en la misma materia de nuestros sueños. Un estadio lleno en un partido de rivalidad o de carácter decisivo, como los de la Sociedad Deportiva Ponferradina de estos días, produce en el público el efecto más aproximado a la catarsis que Esquilo conseguía hace dos mil quinientos años en Atenas cuando Edipo se sacaba los ojos después de acostarse con su madre. Un campeonato del mundo como el que acoge Alemania consigue hacer unos milagros que ni Escrivá de Balaguer, el santo express, fue capaz de imaginar: jamás se habían visto tantas banderas españolas fuera de una manifestación de las víctimas del terrorismo. El domingo pasado, por vez primera en mi vida, asistí a un partido de fútbol y no sólo vi empatar a la Deportiva en la reñida fase de ascenso a la Segunda División. Llegué a entender la puerilidad teatral del maquillaje, del vestuario, de la escenografía e incluso de los mantras liberadores de atávicos complejos con que el fútbol se rodea. Los gritos y las pintadas («Puta León, puta Cultural»; «León se mea en vuestra puta aldea») no son más que oraciones laicas y un poco infantiles con las que la masa ataja sus propios miedos y libera su frustración. Ahora he entendido la gran frase: «el fútbol es así».