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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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TAMBIÉN en las fábricas de opinión política se sospecha a veces de la existencia del dopaje. Baste recordar los esfuerzos argumentales de algunos medios informativos para demostrar lo supuestamente insostenible. Ahora, sin embargo, el dopaje se ha desvelado en el ciclismo. Es tan alto el número de clientes que atendía el laboratorio-consultorio del doctor Eufemiano Fuentes, en libertad ahora bajo fianza, que al levantar el juez el secreto del sumario, los nombres de los ciclistas hallados en las agendas y hojitas de planificación del médico van a reducir el Tour de Francia, que empezaba hoy, a una larga excursión de muchachotes con poco renombre, pero espíritu sano. Es tal el esfuerzo exigido por la alta competición deportiva, y el dinero que se mueve en ella, se trate de ciclismo, atletismo o baloncesto profesional estadounidense, que abundan los atletas que, tras el logro de un récord, como el de 100 metros lisos, se ven despojados de él por haber consumido sustancias dopantes. Pero no sólo hay dopaje en el deporte de elite. Basta acercarse a cualquier medio ciclista para saber que, incluso en las carreras comarcales, a un chiquillo aficionado de diecisiete años se le acerca un vendedor con maletín preguntándole que producto desea, si el de seiscientos euros o el de dos mil. Y como a esa edad los sueños tienen muy poco contrapeso, el dopaje empieza casi en la pubertad. No sucede lo mismo en el mundo mediático, donde nadie intenta acrecentar la resistencia física de los informadores, pero en el que la opinión está sometida a tal cúmulo de presiones, que puede llegar al destinatario, sea el lector, el teleespectador o el oyente, con fuerte olor a alquimia. La confección de una opinión sesgada requiere un gran esfuerzo, que suele necesitar la ayuda de productos dopantes, como la xenofobia, el antisemitismo, el nacionalismo de uno u otro signo, las deducciones falseadas o las tesis invertidas, por citar sólo unos cuantos, y sólo a través de ese proceso de manipulación argumental, con retorcimiento perverso de la lógica, se entiende la existencia del francés Le Pen como acumulador de votos, dicho sea para no cruzar el océano que nos baña ni quedarnos en nuestro propio problema. Hay veces que el dopaje político surge por consumo espontáneo de una droga muy dura, el menosprecio a la realidad, y desde una realidad deformada es sencillo erigir silogismos inexpugnables por su virtualidad o llegar a conclusiones que sólo se sostienen por su constante repetición, hasta que ni su repetición las salva. Y también hay veces en que el dopaje político consiste en ofrecer como un mérito propio lo que al prójimo se le prohíbe por perverso, para lo cual es imprescindible consumir tesis invertidas, con objeto de llegar a una síntesis retrovertida e inaudita, pero al mismo tiempo celebrada por un sector de la afición.