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Publicado por
VALENTÍ PUIG
León

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AL REFLEXIONAR sobre lo que podemos considerar el menos malo de los sistemas políticos se acaba siempre por la pregunta del huevo y la gallina: saber si lo primordial es la democracia o la libertad. Algunos tratadistas hablan hoy de democracias «iliberales», en las que se vota y ejercen su poder las mayorías pero sin atenerse a los límites y normas del Estado de derecho que son el armazón de la democracia liberal. Los nuevos populismos trasladan los usos democráticos al callejón turbulento de las demagogias. El sistema pierde transparencia y solidez, se nutre de efectismos, erosiona viejas libertades. No abunda el optimismo al aquilatar el futuro de las democracias pero tal vez sea porque tampoco se valora lo suficiente todo el caudal evolutivo que nos lleva a las formas democráticas actuales, por mucho que líderes como Chávez o países como Corea del norte sean un gran riesgo. Lo que constatamos en Europa es que el Estado-nación es indispensable para la democracia porque en esos viejos parlamentos que ya han cedido poderes al Parlamento Europeo está lo único que cuenta en esos casos: la soberanía nacional. Eso no niega la posibilidad de ejercicios transnacionales de democracia, con todos sus riesgos, pero sí genera muchas dudas sobre la posibilidad de una democracia mundial. Es más: la concepción de un experimento tal corresponde más bien al siglo pasado mientras que esos inicios del siglo XXI obligan más bien al empirismo. Hablar del futuro de la democracia liberal exige describir sus obstáculos y enemigos al tiempo que se constatan, en el caso de que existan, sus cómplices. Entre sus enemigos están el Islam radical y el terrorismo. Otras realidades que algunos consideran adversas a la democracia liberal de hecho pueden ser y son sus buenos aliados. Por ejemplo: la tecnología y la mundialización algo tienen que ver con la libertad y la democracia. Desde 1990 la economía mundial conoce un buen crecimiento medio y no pocos centenares de millones de personas escapan a la pobreza. Ese ciclo de desarrollo intensivo es consecuencia de la glob alización, la revolución de las tecnologías de la información, de la renovación de la norma liberal de regulación del capitalismo. Dada la rapidez de los motores y las turbinas de esa economía global, algunos hablan de una trombosis de los mercados. Lo cierto es que el sistema capitalista hasta ahora es el que más se ha adaptado a la naturaleza de las cosas, a la naturaleza humana, a los ordenes espontáneos que desarrolla la acción humana. La gran incógnita es China. Nadie sabe si China está buscando su vía hacia la democracia liberal o si intenta asentarse en una formulación distinta. Sea como sea, es el tercer exportador del mundo, y en unos diez años sería el primer exportador del mundo y a la vez exportador. Más de 250 millones de chinos tienen teléfono portátil y más de 70 usan regularmente Internet a pesar de que el régimen chino controle servidores y portales informáticos. Este siglo no será el siglo de Europa sino el siglo de Asia, pero si la pregunta es cual será el futuro de la democracia liberal en China, ahí estamos todos en Babia. Mientras algunos Estados como China o Cuba pretenden controlar los flujos de Internet, la ciberdisidencia ya es uno de los rasgos de la globalización, en beneficio de la democracia liberal. La conexión entre globalización y libertad es muy clara, tan clara como que la caída del muro de Berlín dio impulso a las dinámicas globalizadoras, paralelamente a la opción de una Europa a veinticinco que el totalitarismo negaba. Van a cambiar no pocas conce pci ones políticas. Así cambian las democracias.