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Publicado por
XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS
León

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LA GLOBALIZACIÓN es eso, que mientras hubo millones de españoles que no oyeron hablar de la guerra Franco-Prusiana hasta que terminó (1870), o hasta que leyeron en La debacle de Zola el cerco y capitulación de Sedán, ya no queda un solo español que no se haya enterado de las bombas que mataron a doscientas personas en los trenes de Bombay. Lo curioso es que, si la guerra Franco-Prusiana se desarrolló en terrenos que forman parte de nuestra geografía, y costó la muerte a cien mil vecinos franceses y alemanes, los muertos de Bombay están a miles de kilómetros de distancia, en un país que nos resulta exótico e inabarcable. Pero, mientras que las motivaciones y consecuencias de la guerra franco-prusiana nos dejaban al pairo, los atentados de Bombay tienen la misma etiología que los del corredor del Henares, obedecen a similares motivos, y extienden sus consecuencias hasta nuestra propia casa. En tales circunstancias resulta absurdo que todo cuanto nos sucede forme parte del juego de naipes que se traen Bush y el resto del mundo, y que, en vez de estar afrontando el terrorismo como lo que es, un movimiento criminal contextualizado en los conflictos sociales y políticos del presente, lo estemos abordando como lo que no es, una guerra mundial, lenta y difusa, que contrapone los intereses económicos y estratégicos del imperio americano con la multitud de grupos étnicos, religiosos, nacionalistas, mafiosos, patriotas, e idealistas que, amparados por quienes desean la vuelta a una política de bloques, han decidido pararle los pies al modelo hegemónico que lideran Bush y, al menos en parte, la Unión Europea. Lo malo es que la «war on terror», la guerra contra el terror, la estamos perdiendo, y que, mientras sacrificamos la ONU y su ley en un altar sin futuro, estamos desperdiciando la oportunidad de generar un sistema penal internacional que sea capaz de perseguir la criminalidad terrorista en el marco de la democracia global. Por eso tenemos que prepararnos para una larga etapa en la que el terror siga protagonizando la política mundial, como parte esencial de una guerra que, por no tener garantía de sostenibilidad y de éxito, y por constituir una amenaza para el desarrollo de la democracia, está provocando la defección masiva de los pueblos, e incluso de los gobiernos, que constituyen sus teóricos beneficiarios. La noticia de los atentados de Bombay desencadenó un rosario de condenas que suena a puro protocolo. Pero, lejos de provocar una reflexión adecuada sobre el avispero en el que nos estamos metiendo, sólo da ocasión para insistir en el tremendo engaño de la «war on terror». Y a eso se le llama contumacia. O, mejor, huir hacia delante.