NUBES Y CLAROS
Salvajes de huelga
CUANDO se aproximan fechas de doloroso recuerdo, es una satisfacción felicitarse por los logros conseguidos y mantenidos ya, y parece que fue ayer, desde hace unas décadas. Los derechos relacionados con el mundo laboral son algunos de los que podemos celebrar con más entusiasmo, aunque a día de hoy no serán pocos los ciudadanos que tuerzan el morro y digan que, en lo que a reivindicaciones laborales se refiere, no está el horno para bollos. Derechos sí, todos los del mundo, pero no sólo de los más fuertes. No sin control. No sin sentido. Y ese parece haber sido el caso, un año más, de las reivindicaciones de los pilotos de Iberia, señoritos del ámbito salarial a los que nadie pretende quitar méritos ni responsabilidades, pero que desde luego inflan la paciencia de los ciudadanos con exigencias que al común de los mortales sometidos a convenio (en el caso de los más afortunados) nos parecen redactadas para bufa y mofa de la tropa laboral. Pero al fin y al cabo eso es lo de menos. Lo cierto es que con reincidencia exasperante pilotos y otros colectivos que se suman al rebufo del caos viajero-estival hacen polvo los planes de miles y miles de ciudadanos que también trabajan, también tienen sus problemas, y, mira tú, también tienen sus derechos. Derecho a que no les sean pisoteadas sus ilusiones, sus expectativas, sus planes, su vida. Derecho a no quedar desamparados e impotentes aplastados bajo la bota de quienes ejercen con desmesura lo que deberían ser unos derechos que, cocinados con la levadura del abuso y la desvergüenza, acaban convertidos en inmorales imposiciones de las que el resto de los ciudadanos sólo son víctimas. Esas huelgas han de tener un límite. Los derechos de los demás lo exigen.