Cerrar
Publicado por
ERNESTO S. POMBO
León

Creado:

Actualizado:

AHORA que al fin logramos democratizar Irak y pacificar Afganistán, y que estábamos tan contentos escuchando las explicaciones de los asesores mediáticos y de los predicadores sobre los efectos beneficiosos de los ataques preventivos y de la devastación del enemigo, se nos ha cabreado otra vez Israel. Y amenaza con destrozar ese clima de convivencia y camaradería que, al fin, habíamos logrado levantar en todo Oriente Medio. Porque la ofensiva israelí de los últimos días contra el Líbano, contra Gaza y contra todo lo que se le ponga por delante, ha venido a enturbiar esa atmósfera de sosiego y placidez logrado gracias al apoyo de Estados Unidos, que es el principal valedor del país atacante. La administración norteamericana no sólo entregó más de 82.000 millones de dólares en las últimas décadas como ayuda militar, sino que, sistemáticamente, ha utilizado su derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para frenar cualquier resolución de condena contra Israel. Por eso resulta difícil hablar de las agresiones permanentes que los israelíes están cometiendo en la zona, sin tener muy presente que en cada una de ellas cuenta con la ayuda, el beneplácito, la protección y la complicidad del «primo de Zumosol», que no es otro que quien se pasa media vida discurseándonos sobre los beneficios de la invasión y la muerte como medida de diálogo y entendimiento. El desprecio que Israel muestra, históricamente, hacia los derechos humanos, hacia el derecho internacional, hacia los acuerdos de todas las convenciones, hacia la vida de los civiles y hacia la tolerancia, tiene un cómplice. Y ese no es otro que la primera potencia del planeta. Cuando vemos a un padre libanés sostener en brazos el cadáver destrozado de su hija no podemos evitar ver detrás, en la sombra, la figura de nuestro aliado George W. Bush.