Diario de León
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Rajoy y el carro de la paz ¿Pero no se cansa, señor Rajoy? ¿Quién le asesora? ¿No ve que le «están haciendo la cama» dentro de su propio partido? ¿De verdad, señor Rajoy, a estas alturas de su particular película, dice liberar a su partido de cualquier apoyo al Gobierno? ¿Cuándo lo ha apoyado en lo más mínimo? ¿Es que nos pretende hacer creer que este Gobierno no ha hecho nada bien? Huérfano de argumentos, se dedica, gratuitamente, a insultar: frívolo, irresponsable, mentiroso, indigno, inmoral y desleal son alguna de sus lindezas en su última andanada. Se ha parado a pensar que todos estos epítetos le caen a Vd. estupendamente? Nunca fue leal con el Gobierno. Nunca pudo pactar porque pactar e imponer son palabras contrapuestas y eso no lo entiende porque lo que de verdad le gusta no es ya mandar sino imponer, como antaño, ¿verdad? ¿Decía algo sobre responsabilidad? ¿Es responsable intentar meter el miedo en el cuerpo a todo un pueblo, jugando a profeta, sólo por ambiciones partidistas? ¿Esa actitud que tan ufanamente ostenta es digna y moral? En fin, señores Rajoy y compañía, no pidan cerillas para atizar el fuego. Sigan liberados de sus responsabilidades, ya que, ni como oposición saben ocupar el puesto que les corresponde. Si no se quieren unir para tirar del carro de la paz, al menos, déjenlo pasar sin ponerle obstáculos, sin intentar despeñarlo. Al final, aunque no les entre en la cabeza, ustedes saldrán ganando también. Aquilino Laserna Perea (León) ¿Por qué esta paz, señor presidente? ¿Por qué a tantos y tantos hombres y mujeres de corazón pacifico nos duele esta paz? ¿Por qué se nos atraganta como una luctuosa noticia en mitad de la garganta? ¿Por qué no la saludamos y acogemos en nuestro corazón con alegría? ¿Por qué la sentimos ardiente y terrible como una bala? ¿Por qué nos rompe nada más ser pronunciada en un escalofrío de profunda desolación?. ¿Por qué Zapatero, esta paz miserable? ¿Por qué esta miserable derrota, cuando nos asiste la razón, cuando somos nosotros quienes no pueden permitirse en lujo de moverse un ápice de su posición sin caer en la imperdonable indecencia de rendirse al retrogrado fanatismo de un puñado de asesinos?. Decías presidente, que te movían unas ansias infinitas de paz, pero en verdad y como en el más violento de los vómitos nos abocas a ese golpe seco y ácido que parece quebrar la boca del estómago en cada una de las arcadas que nos producen, uno tras otro, todos esos actos que disfrazados de «nobles e históricos» no han hecho sino manchar el quehacer de los hombres, al involucrarlos a ellos y a toda su descendencia en la peor de las traiciones, aquellas que dejan al inocente a merced del asesino, aquellas que silencian el llanto de los que sufren y prestan voz a los verdugos, aquellas en definitiva que se apartan del más elemental sentido de justicia y dignidad para aproximarse a la legalidad y a la oportunidad. Y más, cuando como es el caso, se sabe que la legalidad sin justicia encarna la más terrible de las injusticias, y que la dignidad no admite otra oportunidad que la de ejercerla en justicia y libertad. Tú, presidente, lo sabes, y como lo sé, te pregunto en pleno ejercicio de mi responsabilidad como ciudadano: ¿Qué le debemos a ETA que no sea dolor, muerte y humillación? ¿Por qué esta paz presidente? José Romero P. Seguín. (León)

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