EN BLANCO
Leña al mono
EN UN mundo que ha ido perdiendo paulatinamente su capacidad de soñar, al ritmo de barbaridades como el remanente de cohetería que acaba de asolar los trenes de Bombay, los católicos aguardaban la visita del Papa a España al igual que los agricultores otean el cielo en espera de la benéfica agua de mayo. Las juventudes vaticanistas y otros entusiastas jalearon por todo lo alto en Valencia a un Benedicto XVI que, contra todo pronóstico, supo guardar las formas en su relación institucional con las autoridades españolas, presididas como todo el mundo sabe por el laicista e impío Rodríguez Zapatero. La prevista ración de leña al mono para con la alta cúpula socialista, según reclamaban ciertos obispos patrios y su emisora radiofónica favorita, quedó diluida en una nube de buenas maneras y concordia que, sinceramente, el personal agradece. El Santo Padre parece estar más preocupado por el papel actual de la familia, una estructura esencial en la sociedad como es debido, convulsionada por la actitud madura e irresponsable de una juventud, la nuestra, que en líneas generales presenta más cuchillo que luces. Así lo dicen todas las encuestas, referidas por ejemplo a la baja autoestima de unos muchachos que suelen actuar sin reglamento y, llegadas las noches del fin de semana, se trasforman en auténticas pandillas de ratas de puerto. La bellaquería contemporánea sólo se combate con la formula magistral de toda la vida, basada primordialmente en la lectura, algo que parece quedar fuera de onda para los ejércitos urbanos que convierten las calles y plazas en un convención de acémilas. Animalitos de Dios.