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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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HOY es 18 de Julio. Una fecha instalada en la historia de España, glorificada por el franquismo y condenada por las fuerzas políticas y no políticas derrotadas en nuestra más cruel guerra civil. Está ahí, como ejemplo de lo que este país no puede repetir: un golpe de estado y el estallido de una contienda que enfrentó a hermanos con hermanos, y entre ellos se mataron. Ante esta fecha, hemos pasado los últimos 30 años sin mirar. Nadie quiso agitar ese fantasma. Este año, por primera vez en seis lustros, el 18 de Julio vuelve a ser tema de actualidad. Literalmente, de rabiosa actualidad. Se cumplen 70 años, y gobierna España -o ayuda a gobernar-- una generación que n o ha vivido la guerra, pero fue educada contra el franquismo. A su cabeza, Rodríguez Zapatero, que convirtió en ideal ideológico de su vida el testimonio de su abuelo fusilado por el Régimen. Otros partidos de influencia, como Izquierda Unida o Esquerra, han empujado para que este aniversario fuese el de la Memoria Histórica y la reparación a las víctimas de la dictadura. Y han conseguido lo peor: crear miedo en la sociedad. ¿Por qué ese miedo? ¿Es que la sociedad se niega todavía a ese tipo de reparaciones? No. Es temor, casi pánico, a despertar los peores fantasmas de nuestra penosa convivencia. Es no saber distinguir el estrecho margen que separa la justicia de la revancha. Es prevención ante quienes parecen pretender cambiar al signo de los hechos, como si quisieran dar la vuelta al resultado de la guerra. Y es preocupación creada por quienes proponen revisar, por ejemplo, los consejos de guerra, que crearía un clima de enfrentamiento y revanchismo de temibles consecuencias. Añadan ustedes la facilidad con que se pasa de esas aspiraciones a la exaltación de la Segunda República como compendio de bondades, y obtendrán el diagnóstico de la prevención social ante lo que debería ser un acto de justicia con las víctimas. Repito: un acto de justicia, no un ejercicio de revisionismo. Hay quien sostiene que todo esto, incluido el papel del gobierno, o comenzando por él, pretende una operación de gran dimensión: conectar la legalidad actual con la legalidad republicana, de tal forma que el cambio de régimen y el retorno a 1.931 sea inevitable y natural. ¿Damos crédito a esa tesis? Cuesta trabajo, pero a veces no queda más remedio. Es cuando vemos que los jóvenes gobernantes menosprecian el trabajo y la generosidad de la Transición; cuando se consideran el origen de la historia, y cuando piensan que sin ellos no habría ni justicia, ni progreso, ni paz. Son los nuevos iluminados. Hoy los vamos a escuchar mucho. Ante sus proclamas, yo sólo digo: Dios nos libre de los visionarios. De cualquier color.

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