Diario de León
Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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LOS MÁS viejos de la localidad fuimos testigos presenciales y vivenciales del 18 de Julio del 36, festividad de San Federico, y mientras no nos enturbie el Alzheimer la memoria, conservaremos el recuerdo de aquel día que inauguraba la última tragedia entre españoles. Pasaba yo el verano en una finca de mi abuelo paterno, en la vega del Henares, y desde la montaña hacia la que el terreno se iba elevando desde el río, donde estaba el caserón alcarreño/manchego, se contemplaba el trabajo en las eras, la trilla, las parejas de mulas adornadas con banderolas de la FAI, de la UHP, de la UGT o de la CNT, reflejando la pluralidad ideológica de los obreros. Y de Guadalajara, a dieciséis kilómetros, donde ese día no se dio el menor pulso entre levantiscos y gubernamentales, llegaba hasta la finca el amortiguado sonido de unos cañonazos. Oyendo los cañones lejanos y viendo la imagen alegre, colorista y prerrevolucionaria de la recolección, mi abuelo, un hombre conservador pero en absoluto totalitario o fascista, emitió un augurio descarriado: «Esto lo arregla el cursi de Franco en quince días». Ese adjetivo, cursi, me salvó para siempre de cualquier complacencia con el régimen de aquel general que a muchos se nos hizo eterno. Mi abuelo debió conocer a Franco en alguna tertulia de Madrid, la de Natalio Rivas posiblemente, o tal vez sólo por referencias directas, pero explicaba al personaje, su constante silencio, su silenciosa sonrisa, su forma absorbente de escuchar, sin comprometer jamás con su voz atiplada el menor juicio, como un pintor realista hubiera dibujado a su modelo. Y tampoco recordar al general/dictador equivale a abrir heridas ya cerradas, porque Franco, y no por las estatuas, ha dejado impresa hasta hoy en la aflicción del país una de sus huellas más persistente y sanguinaria, si consideramos a ETA como una excrecencia del franquismo, durante el cual nació, se desarrolló y hasta pudo haber modificado en cierto modo el rumbo de aquel régimen, a cuyo repuesto o alternativa personal decapitó en un atentado espeluznante. Fueron decenios de tanta pobreza intelectual y política, de tan larga posguerra de hambre y fusilamientos, de tanto silencio forzado, con las voces más claras del país hablando sin rencor desde el exilio..., que unos últimos años de prosperidad económica, aunque con fusilamientos en plena agonía del dictador y de su régimen, no debieran ocultar la crueldad de ambos. Probablemente se haya extinguido ETA, última excrecencia visible del franquismo, cuando se recuerde el próximo aniversario del principio de nuestra última guerra incivil. ETA ha sido, más que las estatuas ecuestres del dictador, el siniestro y vivo recordatorio de su herencia.

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