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Publicado por
ENRIQUE VÁZQUEZ
León

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LA OFENSIVA israelí sobre Líbano permitió confirmar la coherencia con que el gobierno Olmert, como los anteriores, sigue una inalterable línea de conducta en su conflicto con los palestinos y/o los árabes: tener a las Naciones Unidas lo más lejos posible. Ese criterio es parte sustancial de la política estructural del Estado, que consiste en evitar a cualquier precio toda «internacionalización» del conflicto, inevitable si, por ejemplo, bajo pabellón de la ONU se creara una poderosa fuerza de interposición en la frontera libanesa. Las iniciativas de alto nivel al respecto (empezando por Blair) fueron rechazadas por los israelíes que las tildaron de prematuras. Israel es muy hostil a las Naciones Unidas, una irónica paradoja si se recuerda que su existencia es literalmente hija de una decisión de la Asamblea General en 1948. Los israelíes perciben a la organización internacional como hostil porque con frecuencia ha desautorizado sus decisiones clave (ocupación del 67, «judaización» de Jerusalén, anexión del Golán o del este de la ciudad santa, muro «de seguridad»). Washington es la referencia y el socio y se advierte ahora claramente. El gobierno norteamericano está sirviendo en el contexto diplomático las necesidades israelíes en el terreno militar y político. No se opone frontalmente al envío eventual de una fuerza de separación, pero hace lo necesario para demorar la entrada en acción de la ONU (el Consejo de Seguridad está paralizado e impedido de emitir un simple llamamiento al alto el fuego). Israel dispone así de margen para hacer lo que tenga por conveniente. El bombardeo de un cuartel del ejército libanés fue un mensaje político de hasta qué punto dispone de autonomía cuando todo el mundo sabe que tal ejército no ha disparado un tiro sobre Israel en décadas. Washington no dijo nada.