DESDE LA CORTE
Deseo que muera en la cárcel
IÑAKI Gabilongo le preguntó a mi hija Sonsoles en su informativo de «Cuatro»: «¿Qué es lo que más te ha impresionado de Txapote?» Y mi hija respondió: «Sus manos». Yo creí que iba a decir su desafío al tribunal; su forma de afianzarse para justificar sus crímenes ante su dudosa conciencia; su mirada de criminal; pero no; dijo: «sus manos». Es que Sonsoles había pasado el juicio casi pegada a la cabina donde estaba el asesino. Y le veía las manos: las que habían apretado el gatillo en la cabeza de un hombre bueno llamado Miguel Ángel Blanco; las que apretaron el mismo gatillo para matar a Fernando Múgica. Y no temblaron. Esas manos eran las ejecutoras de los crímenes más abominables que hemos conocido. Ayer, la fuerza pública volvió a llevar a ese terrorista repugnante ante el tribunal. Y llevó también a su compañera, esta vez como testigo. Y como testigo estaba José María, el hijo de Fernando Múgica. En un momento de la vista, el juez le pidió que mirase al procesado. José María volvió la cabeza y no miró sus manos. Miró su rostro: aunque pasaran mil años, lo seguiría recordando. Para José María, es el rostro del terror; la cara del hombre que fue capaz de matar a sangre fría a su padre. Manos y rostro: las ejecutoras y la imagen visible; las que aprietan el gatillo y la máscara del odio capaz de romper una vida, una familia y la convivencia de un país. ETA llegó a ser lo que fue porque tuvo manos así, que no tiemblan a la hora de ejecutar, y porque tuvo seres así, ca paces de matar por matar. Durante los últimos años le hemos escuchado al hermano de la víctima, Enrique, hoy Defensor del Pueblo, que «no perdona ni olvida». Ayer se lo escuchamos a José María de otro modo salido del alma: «Deseo que muera en la cárcel». Si se hiciera un sondeo entre la sociedad española, la inmensa mayoría de los consultados expresarían el mismo deseo. Pedirían un cambio de la legislación para que un terrorista como él no cumpla cuarenta años de prisión, sino cadena perpetua. Sin embargo, cuando reciba todas las sentencias por todos los crímenes que ha cometido, sólo estará cuarenta años. Cada homicidio le saldrá barato. Baratísimo, en comparación con el dolor que ha causado. Y hasta hay quien dice que podría beneficiarse de alguna medida de gracia si se llegase a un acuerdo con su banda. En ese punto, vuelvo a un anterior comentario sobre el mismo individuo, y digo: todo el perdón que legalmente sea posible, pero a Txapote, no. Si no pueden ser más de cuarenta años, que no sean más, pero que los cumpla. Y además, alguien debería asegurarlo desde este momento. Porque ese ser, sus gestos, su arrogancia, su odio, siguen siendo el principal enemigo de cualquier negociación.