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Publicado por
XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS
León

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LA ACUSACIÓN que formuló José Blanco contra el ejército israelí, al que imputa la selección de objetivos civiles con fines militares, es un grave error, y no tanto por causar un grave deterioro a la diplomacia española, como algunos han sugerido, sino porque falta a la verdad. Pero, una vez reconocido el demarraje, también conviene dejar muy claro que a Blanco no lo entiende el que no quiere, y que, aunque es cierto que sus expresiones concretas resultan censurables, a nadie se le escapa la realidad que condenaba, que pone en cuestión el concepto de guerra y todos los esfuerzos que se han hecho para justificarla y ordenarla. A Pepe Blanco pudo traicionarle el calor del mitin, o el hecho más común de oír campanas y no saber donde doblan. Pero es un hecho objetivo que la Primera Guerra Mundial fue el último gran conflicto en el que los ejércitos se llevaron la peor parte, y que si nos fijamos en alguna de las confrontaciones recientes (guerra de los Balcanes, guerras civiles africanas, la invasión de Afganistán e Irak y la guerra de Chechenia), es obvio que la mejor manera de asegurarse la vida y la protección jurídica es alistarse en las fuerzas combatientes. Tomando como referencia las guerras de la segunda mitad del siglo XX, Mary Kaldor calculó una relación de muertos equivalente a siete civiles por cada militar. Pero si el análisis se hace sobre los guer ras de Afganistán, Irak, Palestina, o sobre los conflictos difusos de América Latina, es posible que esa relación 7:1 se haya convertido en la trágica cifra de 30:1, hasta dar a entender que, bajo el nombre de efectos colaterales, o de operaciones de control y limpieza, se esconde el arma más letal de los conflictos actuales. Donde hay números callan barbas. Y donde la verdad de fondo es un drama sangriento carece de sentido detenerse en los distingos retóricos que Blanco manejó tan burdamente. Porque, si es evidente que el Líbano sólo mueren los civiles, y que todo el país se ha convertido en un campo de refugiados, poco importa que Israel provoque esta situación ab initio, y con decisiones específicas, o como efecto colateral. Porque el hecho desgraciado es que la única forma de sobrevivir en el Líbano es ser soldado de cualquier bando o terrorista no suicida, mientras la guerra arrasa la sociedad civil y las familias, los puentes y puertos, el agua y la electricidad y todo cuanto puede definirse como signo de paz. Y ese es el telón que salva a José Blanco. Porque él hablaba de la guerra, aunque lo hiciese sin la precisión que exhiben los misiles, mientras sus críticos hablan de un ceremonial diplomático, bastante repugnante, en el que todo parece importar, salvo los muertos.