TRIBUNA
Las desventuras de los opositores a Enseñanza Secundaria
Desde hace varios meses he seguido con atención los llamados «procesos selectivos» a los diferentes cuerpos de Enseñanza Secundaria, Escuelas Oficiales de Idiomas, de Música y Artes Escénicas y Profesores Técnicos de Formación Profesional. En definitiva, todo lo que constituye la enseñanza secundaria. Y he seguido estos procesos, como habitualmente se dice, por devoción y obligación. En unos casos porque alguno de los opositores es persona cercana y, en otros, porque varios de mis alumnos también concursaban. Creo que no debe obviarse lo intempestivo de las fechas. Unos docentes (miembros del tribunal) que, después de nueve meses de trabajo, deben afrontar la ingrata tarea de decidir quién es apto para el ejercicio de enseñante y quién no. Unos opositores que, arrastrando horas de estudio, y cansancio, deben concurrir a exámenes en lugares no acondicionados para el rigor del calor y al amparo o desamparo, me temo más lo segundo, de unos exámenes en los que no creen, adobados por triquiñuelas extra de cursos, cursetes, años de docencia interina y un largo etcétera. Ahora aquí, luego allí y un rosario de despropósitos que desemboca en un segundo ejercicio, si se tiene la ventura de superar el primero, del que no se conocerá el resultado, o sí, dependiendo de la comunidad autónoma y de la decisión del presidente de la comisión, y que se embrolla con una fase de concurso en el que puede primar más que el sol salga por Antequera a que el candidato esté sólidamente preparado y formado. La norma de ayer no vale para hoy. Y la de hoy de nada servirá para mañana. Sólo a modo de ejemplo, los sufridos opositores de Castilla y León habrán de aguardar la buena/mala noticia del resultado final hasta el 7 de agosto. Algunos, habiendo concluido en torno al 14 de julio. Para esas alturas, los miembros del tribunal habrán concluido su función, y las responsabilidades se dispersan, y las realidades se presentan ante un mar de dudas que dependiendo de dónde te encuentres, la administración que te toque y el suelo propiedad de la tierra de nadie, puedes llegar a dudar si sabes sumar, en el caso de haber opositado a Matemáticas o si eres capaz de construir correctamente una frase, caso de concursar a Lengua Española. Y qué decir cuando se dan casos -como en Madrid-, en el que hay que repetir un examen práctico porque, a lo que parece, «alguien» se había ocupado de filtrar el ejercicio de inglés entre algunos opositores... Pero pensemos bien. Imaginemos que la noticia es buena y que el opositor ha superado el concurso-oposición. Bien. Genial. Pero pasados los alegrones, deberá de elegir un destino de prácticas, superarlo, acceder a ser funcionario de carrera y aguardar seis u ocho años para que le den un destino definitivo que puede, o puede que no, se ajuste a sus perspectivas familiares y satisfaga medio bien sus aspiraciones personales, profesionales y formativas. Estupendo. Llegado ese momento, se habrá olvidado de seguir cursos de perfeccionamiento, quizá una tesis o elaboración de un proyecto educativo, pues habrá caído en la cuenta de que es preferible resguardarse en la letra pequeña de la legislación, que le dará superiores satisfacciones. Después de arrastrar este enojo durante lustros -encabronamiento, según los involucrados en el tema-, la administración espera que formen a nuestros hijos con ilusión, dedicación, interés y conocimientos renovados. ¡Qué bonito! Algunos al llegar a su puesto definitivo han sufrido todos los infortunios anteriores y en numerosos casos, sinsabores de varios intentos, litigios ante tribunales de justicia, porteadores de fajos de información, legislación a manta, perspectivas reiteradamente aplazadas, números de D.N.I. que te dicen que en tal o cual tierra no debes pisar y que tus proyectos, en bastantes casos, dependen más de colores políticos que de una preparación sólida. ¿Y con esos mimbres pretendemos dar una formación integral a nuestros hijos? El profesor, absolutamente abrasado por trifulcas, engañifas, toda suerte de zancadillas, padrinazgos descarados y peregrinajes inacabables termina una larguísima etapa de suspense a unas alturas en las que sólo le quedan ganas de abandonar lo que con tanta ilusión acarició de joven. Y de forma inevitable cuentan los años que le restan para alcanzar una jubilación, cada vez más con el prefijo «pre», y mandar todo a hacer puñetas. Estos lamentos, esta carrera, que no es funcionarial, sino de despropósitos, no conduce a un entorno ni a un clima adecuados para formar de la mejor forma a las futuras generaciones de la sociedad. Las actividades que algunos profesores desarrollan son, sin lugar a dudas, absolutamente heroicas. Y justo es reconocerlo. Cuando la biografía del docente tiene tantos accidentes, no perder la ilusión resulta ser toda una hazaña. Y quienes vean en estas palabras un derrotismo descarado, se equivocan. Hay remedio. Los procesos deberían realizarse en épocas menos intempestivas del año. No cercanos al agosto fatídico en el que la administración se paraliza. Y todo debe hacerse a la carrera. Después de vencer todos esos obstáculos, quizá el docente seleccionado, que con el actual sistema no tiene tiempo de descansar del duro trago, programaría con gusto y ofertaría a sus alumnos un dinamismo que la sociedad moderna requiere. La administración central, las autonómicas y los diferentes cuerpos que componen las enseñanzas primaria y secundaria deberían aunar esfuerzos para ofrecer a niños y jóvenes una mejor enseñanza. Para eso es fundamental tener la certidumbre de que el docente cree en el sistema selectivo; se fía de los filtros que se le imponen; tiene inquietudes para realizar cursos, se forma constantemente y, sobre todo, cree en una palabra largamente desterrada de nuestro vocabulario: la meritocracia. Los méritos. Se nos dirá que siempre han existido superiores o inferiores irregularidades. Puede que sea así. De lo que se trata es de poner en funcionamiento los mecanismos para que el opositor no se pierda en la hojarasca. Hoy por hoy, en algunos casos, lo estrangula.