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CARLOS G. REIGOSA
León

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DENTRO de la derecha todavía queda gente con humor, aunque no demasiada. Personalmente, me hacen gracia los que pintan a Zapatero como un dirigente que se afana con denuedo en arreglar el pasado de España. Dicen que ahora que ya recompuso y aderezó la Constitución de 1978 por la vía del Estatuto catalán, va camino de cambiar el curso de la Guerra Civil (que ingenuamente los historiadores creían ganada por Franco) y que en cosa de meses empezará a poner orden en lo de 1898, cuando se produjo la pérdida de Cuba y nuestra derrota ante los estadounidenses del Bush de entonces. ¡Se van a enterar los yankis! Es una forma de dialéctica política que me parece superior -y menos peligrosa- que la de andar a garrotazo limpio a ver quién logra deslomar antes al otro. Si el gesto de Acebes es capaz de acoger este nuevo talante, le desaparecerán las ojeras tenebrosas, y Mariano Rajoy podrá volver a fumarse un puro en una conversación tranquila salpimentada de ironía. Es algo en lo que deberían pensar este verano nuestros políticos. La ruda beligerancia de los templarios y de muchos otros guerreros que anegan los anaqueles de las librerías está bien en eso que se llama la novela histórica, pero no tiene ningún sentido en la política española de comienzos del siglo XXI. No son horas de lenguajes bélicos o camorristas. Por ello hay que pedirles a nuestros políticos que recuperen el humor y que se aparten de esa acritud malsana que les deteriora el talante, sobre todo a aquellos que más presumieron de él de uno u otro modo. Y que nos enseñen a llevarnos la contraria con energía, pero también con argumentos, con ironía, con lealtad y con respeto. De lo contrario, el humor va a ser algo de lo que presumen pero no tienen. Repásese el curso político y recuérdense los momentos de mayores tensiones. La vana palabrería de unos fue el estéril contrapunto de la inútil grosería de otros. Para construir, a la postre, un perfecto manual de cómo no entenderse intentando hacerle creer a la gente que se intenta.

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