Diario de León

EN EL FILO

González desmemoriado, Zapatero memorioso

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ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
León

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NO PUEDO dejar de darle vueltas a la idea de que uno de los mayores éxitos del presidente Zapatero es haber logrado -¿quizá por su baraka?- que Felipe González haya desaparecido prácticamente de la escena política española. Y no puedo dejar de imaginar qué pasaría si, libre de manos, el ex presidente socialista pudiera hoy orientar, con su inmenso sentido común, a una opinión pública que se debate, atónita, entre el descarado oportunismo del Gobierno y el desvarío catastrofista de la oposición. Sin ir más lejos, ¿qué pensará Felipe González, a estas alturas de la historia, de ese cuento para incautos de la amnesia colectiva y la recuperación de la memoria? González representó el mejor exponente de una generación de dirigentes españoles que, sin negar lo que es palmario -que la Guerra Civil fue la consecuencia directa de un golpe de Estado militar contra el régimen legítimo y legal de la República y que ésta constituyó la última oportunidad para la democracia antes de que las tropas de Franco se la llevaran por delante-, asumió, al mismo tiempo, el único discurso de concordia que ha sido hasta la fecha un discurso de todos y no de unos contra otros: que la Guerra Civil fue un inmenso drama colectivo, la dictadura franquista una tragedia para España y la transición una página brillante de la reconciliación entre españoles. Este discurso es perfectamente compatible, por supuesto, con la investigación histórica sobre las causas y las consecuencias de la Guerra y de la horrible dictadura que la subsiguió, como lo ha sido, sin problema alguno, hasta la fecha. Con lo que no es compatible es con el intento de utilizar el debate sobre el pasado como un arma para saldar las cuentas del presente y proyectar los intereses del futuro. Eso fue, de hecho, lo que se decidió, de un modo socialmente espontáneo, en nuestra transición: no tapar la historia, como se afirma con ignorancia o mala fe, sino no utilizar la que todo el mundo recordaba como un instrumento para dirimir las disputas del presente. Porque lo cierto es que, lejos de esa amnesia que ahora se proyecta en el pasado, en España todo el mundo tiene viva su memoria. Como ha escrito el gran historiador Santos Juliá, «de la misma manera que sólo se puede recordar aquello que se conoce, sólo se quiere olvidar lo que se recuerda». Frente a esa sana política de echar al olvido, Zapatero ha decidido actuar como un personaje de su admirado Borges, Funes el Memorioso , que recordaba todos los detalles, pero era incapaz de pensar, es decir, de abstraerse y generalizar. Porque pensar, escribe Borges de Funes, «es olvidar diferencias».

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