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CÉSAR A. DE LOS RÍOS
León

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EL APAGÓN informativo en el que por decreto vive Cuba ha encendido las imaginaciones de los analistas. Es lógico: el ser humano siente horror por este otro vacío que es la desaparición de la realidad. Hay, sin embargo, dos hechos externos que nos permiten trazar algunas prospecciones serias. Me refiero a las políticas de EE.UU. y de Venezuela en relación con el régimen cubano y la salida que pueda darse a éste. En los dos casos no va a haber inhibición. Por el contrario, la actitud de cada uno de los dos países va a tener una enorme influencia en la organización ya de los herederos de Castro, ya de la oposición democrática. Cualquier elucubración con pretensiones de realismo pasa por esta doble presencia desde el exterior. Quiero decir que no se puede hablar en abstracto del entorno de Castro y la cúpula del Ejército sin tener en cuenta la presencia de Chávez ni cabe pensar que la oposición actúe al margen de la Administración norteamericana. Respecto a la primera, tenemos ya unas declaraciones de Bush muy nítidas: el gobierno norteamericano no se mantendrá al margen, sino que apoyará de forma activa las esperanzas de la inmensa mayoría d e los cubanos del interior y del exilio. Obviamente, las declaraciones de Bush habrán tenido un impacto fuerte en las fuerzas que vienen propugnando un proyecto alternativo a la dictadura. En cuanto al otro dato cierto, esto es, la posición de Chávez, no podemos pasar por alto que la economía cubana pasa en la actualidad por las ayudas de Venezuela. En ese sentido, los sucesores de Castro cuentan con este condicionamiento inmediato. Por supuesto, cuenta también el apoyo diplomático de Chávez como cuenta el del ecuatoriano Evo Morales. Castro era para los dos la encarnación última de Bolívar, en cuyo espíritu se reconocen. Por todo ello, la desaparición física del dictador desborda el caso cubano para convertirse en la piedra de toque de Hispanoamérica, una vez más desgarrada entre las tentaciones populistas y las propuestas democráticas. Nadie va a ser ajeno, asimismo, a las posibles intervenciones de unos y otros cerca del régimen cubano o de la oposición a éste. Desde este punto de vista, líderes como Lula van a tener que extremar sus temores a la influencia de Bush para no ser tachado de proamericano. En este tablero, la política de José Luis Rodríguez Zapatero va a estar marcada por su antiamericanismo y su fervorosa relación con Chávez y Evo Morales. En su comentario a la noticia sobre la retirada del poder de Castro no disimuló su actitud: se limitó a desear salud al dictador y no tuvo una sola palabra para las aspiraciones de libertad del pueblo cubano, ni para la oposición democrática y el exilio. Por ello, no resulta atrevido decir que, con la coartada de la no injerencia en la política cubana, la izquierda española va a dedicarse a fiscalizar las intervenciones norteamericanas aunque sean favorables a una salida democrática. Aquí va a pesar más el antiamericanismo que la defensa de la libertad. De este modo, es de temer que la izquierda española llegue a desdecirse de las críticas que ha venido haciendo a la dictadura castrista en estas tres últimas décadas. Entre la democracia y un nuevo populismo preferirá éste.

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