Diario de León

EN EL FILO

Europa y el dictador que nunca existió

Publicado por
ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
León

Creado:

Actualizado:

CERRABA Xosé Luis Barreiro una de sus columnas sobre la posición europea en el conflicto libanés, con una frase que, con su permiso, utilizaré para abrir ésta sobre la política europea respecto al régimen castrista: la de que «el doble juego de Europa, que quiere estar a la vez en los dos bandos, es una pura indignidad». De que la Unión quiere estar en los dos bandos -el del castrismo y el de quienes luchan contra él- deja constancia esa frase, supuestamente diplomática, con la que los dirigentes europeos fijaron su posición sobre la enfermedad que ha retirado al último dictador comunista de Occidente -siquiera provisionalmente- del poder: «Deseamos una pronta recuperación de Castro y de la democracia en su país». Es un deseo piadoso -qué duda cabe- aunque perfectamente cínico, porque expresa una voluntad contradictoria. ¿O es que alguien duda de que, mientras viva Castro, Cuba no recuperará su libertad?. Aquí lo sabemos bien: como Franco en España, Castro es en Cuba el principal obstáculo para un cambio democrático. Pero, como es conocido, Castro tiene en Europa -y no sólo entre sus autoridades- una patente de corso que le permite ser juzgado con parámetros que jamás se aplican a otras dictaduras. De hecho, aún se escucha esa monserga de que el régimen castrista acabó, sí, con la libertad, pero también con la miseria y la incultura. Deben ser esos clamorosos éxitos sociales los que explican que haya cientos de miles de cubanos que desean huir de la preciosa isla caribeña, pese a que deban jugarse para ello vida y libertad, al estar privados del más elemental de los derechos: el de entrar y salir libremente del país. ¿Se imaginan la que se hubiera montado si alguno de los ministros de exteriores de la España democrática hubiera deseado en su día, como ha deseado ahora Moratinos a Fidel, la pronta recuperación Videla o Pinochet? ¿Qué habríamos pensado los demócratas españoles si las autoridades europeas hubieran expresado, cuando la célebre flebitis, su confianza en la mejoría del general Francisco Franco? Pero, repito, Castro tiene bula. Y la tiene hasta el punto de ser él quien fija el lenguaje que utilizamos en Europa: Castro no es el dictador sino el dirigente del país y los que lo combaten no son la oposición democrática, sino la disidencia. Es suficiente, sin embargo, con leer el comunicado en el que Castro nos informa ¡en primera persona! de su estado de salud -que de no ser patético, sería cómico- para saber que quien delega el ejercicio de ¡hasta seis cargos personales! es un sátrapa. Y que quienes luchan contra él, pese a la incomprensión de Europa, unos demócratas.

tracking