Diario de León

CON VIENTO FRESCO

El racismo como insulto

Publicado por
JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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INSULTAR es un vicio corriente en política, es también una forma de no abordar los problemas, o hacerlo de forma sesgada y periférica. «Fascista» es uno de esos insultos utilizados por ciertos energúmenos antidemocráticos para tachar a los que no piensan como ellos. Si uno se opone, con razón o al menos con muchas razones, al mal llamado proceso de paz, que no es sino una claudicación ante las tesis más extremas y obtusas de ETA, al punto se le lanza a bocajarro el insulto de fascista. Si otro cuestiona la mal llamada Ley de la Memoria Histórica, por reabrir heridas y sobre todo por la pretensión de cierta izquierda de utilizar el pasado, en la que muchos de los sedicentes izquierdistas tienen graves cosas que ocultar, como un arma arrojadiza, también se le insulta con el anatema de fascista. No importa que la mayoría de ellos no sepan lo que fue el fascismo, ni su contextualización histórica, o que el fascismo, a diferencia del comunismo que murió de inanición ideológica, fue totalmente derrotado en la segunda guerra mundial, y que por tanto tachar a alguien de tal carece hoy de sentido. Pero el insulto funciona. Más grave que ese insulto es motejar a alguien de racista, estigma que paraliza piscológicamente al que lo sufre. Los que lo hacen desconocen que nadie piensa hoy en términos de razas y aún menos en la existencia de razas superiores e inferiores, pero eso no importa. El insulto funciona como subterfugio para impedir la discusión sobre realidades candentes, que no tienen nada que ver con el racismo, ni siquiera con la xenofobia -el rechazo al extraño- sino con la preocupación creciente de buena parte de los ciudadanos por la llegada masiva de inmigrantes sin papeles a nuestro país. Según los últimos datos oficiales, seguramente falsos o imprecisos por cortos, hay en España cuatro millones de extranjeros, lo que supone un 8,9 por ciento de la población total. Este porcentaje es el más alto de todos los países europeos, conseguido además en un tiempo récord. Es lógico que, pese a los efectos beneficiosos de la emigración, suscite en muchos una cierta preocupación; los que tal hacen son tachados sin más de racistas. Lo hemos visto esta semana en Villafranca del Bierzo. Los comerciantes, que ven peligrar sus negocios ante la licencia de apertura de un bazar chino, se han unido y opuesto a dicha licencia municipal. La respuesta de algunos, que probablemente ni siquiera viven en Villafranca y sólo pasan en la villa sus vacaciones, ha sido motejarles de racistas. Los comerciantes villafranquinos no son racistas, ni siquiera xenófobos, pero están preocupados por sus negocios y, lo que es más importante, por el futuro de la propia villa que ellos sostienen con sus impuestos, sus familias, sus niños en las escuelas. Si esos comerciantes tuvieran que cerrar sus negocios, la villa languidecería aún más de lo que ya lo está. Esta preocupación no puede ser tachada de racista, porque no lo es. Puede que con la ley en la mano, el equipo de gobierno no pueda impedir la apertura del bazar, pues vivimos en un país en el que existe libertad de comercio, pero eso no es óbice para que los comerciantes protesten y defiendan legalmente sus intereses, y que al menos muestren su preocupación por su futuro y el de su pueblo, del que seguramente no se quieren marchar, como no lo han hecho en otros tiempos difíciles. Lo gracioso del caso es que si en lugar de un bazar chino fuese una gran superficie, seguramente serían esos mismos críticos de los comerciantes los que se opondrían a que en Villafranca se abriese un establecimiento de esas características que arruinan, según su trasnochada ideología, al pequeño comercio. Entonces ellos aparecerían como los valedores del pequeño comercio y como los grandes críticos del capitalismo salvaje de las multinacionales y las grandes superficies, a las que tacharían de extranjeras, por su capital presuntamente francés, alemás o suizo. ¡Viva la revolución!. Como son chinos, cuestionar el bazar es de racistas. ¡Qué cosas!.

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