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Publicado por
ROBERTO BLANCO VALDÉS
León

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DESDE LA VENTANA del despacho de mi casa, en donde está el ordenador con el que escribo esta columna, veo una inmensa nube de humo negro, que ha cubierto el sol de un día espléndido de agosto. Y oigo el ruido de los helicópteros y de los aviones antiincendios y de los coches de bomberos que, como desde hace cuatro días, no dejan de sonar. Por eso, titular esta columna como la célebre película de Coppola es algo más que un fácil recurso a la retórica. Muy por el contrario, el continuo tableteo de los helicópteros en el cielo de Galicia constituye también aquí la mejor prueba del apocalipsis de fuego que se ha desatado sobre nuestro territorio, que vive la peor ola de incendios de su historia. Desde hace unos días, y muy especialmente durante las jornadas de ayer y anteayer, Galicia arde de norte a sur y de este a oeste. O mejor, todo parece indicar que los pirómanos, concertados o cada uno por su cuenta, han decidido achicharrar este país, decisión ante la que no cabe otra respuesta responsable que la de entender la gravedad del desafío. Un auténtico desafío de país que exige que Galicia se ponga, como un solo hombre, en pie de guerra para parar esta extraordinaria locura. Reconozcamos, para ello, en primer lugar, la labor impresionante de todos los que luchan contra el fuego: desde el conselleiro de Medio Rural hasta el último miembro de la última cuadrilla, desde los valerosos pilotos de los helicópteros e hidroaviones y bomberos hasta los esforzados vecinos que, protegiendo sus propiedades, protegen las de todos. Si esto es una guerra, y lo es sin ningún género de dudas, no tocan ahora las críticas políticas: toca arrimar el hombro, apoyar al Gobierno y demostrar a las docenas de miles de gallegos que hemos visto estos días el fuego a las puertas de la casa, que Galicia sabe actuar unida cuando las circunstancias lo reclaman. Y exijamos, en segundo lugar, que el poder político asuma ante la ciudadanía gallega un compromiso público y solemne: el de que no se cejará hasta descubrir cómo y por qué Galicia se ha convertido otra vez en una tea. Si se trata de cientos de pirómanos, que actúan cada uno por su cuenta quemando a discreción, que se nos diga. Si, como parece más probable, no estamos ante una epidemia de locura colectiva, sino ante la acción concertada de muchos grupos de incendiarios, que se nos expliquen los motivos de esa red que ha decidido arrasar este país. Y si, finalmente, no hay más pirómanos que los que recorren la imaginación de unas autoridades cíclicamente obligadas a hacer frente a olas de incendios desastrosas, que, cuando toque, se tenga el valor de aceptar el fracaso de una política forestal que no ha sido capaz de evitar que nos veamos hoy, una vez más, literalmente rodeados por el fuego.

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