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PEDRO ARIAS VEIRA
León

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EL CENTRO de Investigaciones Sociológicas nos ha devuelto un espejo deformado de nosotros mismos. Lo cierto es que siempre se pasa. Predijo unas participaciones estratosféricas en las elecciones europeas y para el referéndum del Estatuto de Cataluña, y luego los abstencionistas lo dejaron en ridículo. Ahora nos da cuenta de cómo somos y resulta que aparecemos como un pueblo de querencia socialista, preferentemente católico no practicante, de ingresos medios bajos y que en general preferimos dinero para casa y coche; más que una sociedad con principios y valores. En resumen, que somos una colectividad mediocre, convencional y supuestamente realista. Como para cambiar de nacionalidad. Están en la inopia. Somos esencialmente un pueblo de contribuyentes, de pagadores de impuestos a quienes se les devuelve una mercancía pública desesperante. Siempre estamos en una cola de Hacienda, para pagar religiosa y disciplinadamente los impuestos, o esperando pacientemente que nos atiendan en la ventanilla de Tráfico, porque también puede ser peor que además de la insoportable levedad del carnet por puntos, nos cojan sin el preciado documento que es tan engorroso tramitar. Al llamado sector público no ha llegado Internet y es toda una aventura sociológica matricular un nuevo vehículo en este país. Claro que se aprende mucho de la vida real. Puede usted hablar con una chica preocupada por las desavenencias con su ex y los líos en la custodia de la prole; con una gallaga casada en Escocia, de vacaciones en la tierra, que alucina con el pagar primero, sacar un ticket de turno después, esperar en masa y perder dos mañanas para entregar y recoger documentos. Allí no pasa. También asistirá a la arenga pública de un orgulloso anticlerical que le dice que si se ataca a alguien es poque ese alguién habrá hecho algo. No estudió la refinada lógica escolástica; cosas del bachillerato postmoderno. Con el gobierno era más complaciente, incluso ni se quejaba de la espera. La riqueza demoscópica de las colas es infinita. Un chico rogaba a la señora de una ventanilla que, por favor, le admitiera la solicitud, aunque le faltara uno de los numerosos papeles. Lo iba a matar el jefe. Verdadero flash sobre relaciones laborales. Pero la funcionaria se compadeció, aunque le dijo que tendría que volver al día siguiente, pero sin esperar la cola, que fuera directamente a ella. Otro señor reprochaba a los quejantes las expresiones de malestar: las gestorías están para lo que están, murmuraba sin dar pié a explicaciones. Su novia le daba codazos y le corregía la insolencia. Observación puntual: las chicas siguen mandando, sin necesidad de cuota. En fin, que pónganse los del CIS a la cola, graben los comentarios of the record y conocerán de verdad lo que es, piensa y opina la España real. No somos tan bordes como nos pintan.

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