Diario de León
Publicado por
UXÍO LABARTA
León

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NADA ES NUEVO en un país incendiado. Apenas ha cambiado una percepción: las en otros años novedosas operaciones de los aviones amerizando en las rías son hoy obsesión. Setenta y dos horas, en ciclos de doce o trece, oyendo y viendo sus evoluciones en un mar oscurecido han transformado lo que fue esperanza en su eficacia frente al fuego, en el peor indicador de la dimensión de un incendio. En la más viva percepción de la impotencia ante tanto fuego desatado. Por eso uno comprende que los dedos se vuelvan huéspedes, y al conselleiro del Medio Rural le den avisos del origen aéreo del fuego. Como los incendios forman parte de la vida, uno ha recorrido en sus etapas diferentes, diferentes causas de la aparición de los fuegos. De las épocas del patrimonio forestal del Estado quedan en el recuerdo siete vecinos detenidos, cabizbajos a la sombra de una morera en las tardes de aquel agosto. Avanzados los años setenta, en las mismas tierras chairegas, hubo noticias, asombradas e incrédulas, de los primeros artefactos incendiarios tal que los ahora reproducidos en el periódico. Consolidada la autonomía, ya en 1989, los incendios se convirtieron en arma política. Como ahora, aquel tripartito fue acusado de incapacidad para resolver el fuego. Luego, con criterios tecnocráticos se desarrolló una industria del fuego. Con ella vivimos. Llenos de luces y sombras en los resultados, pero más relacionados éstos con la climatología que con la inversión anual en la lucha contra incendios. El fuego devuelve en gris la Galicia costera, donde apenas se alcanza el diez por ciento del empleo en la agricultura. Un empleo por demás envejecido, con menos de 6.000 personas menores de 25 años. Nunca antes el monte fue enemigo, sólo enigma, pero este 2006 donde apenas se discute ya la política forestal, la que hubo y de la que se careció, el mal se espera del monte. Un monte en multipropiedad y desorden. También en abandono, un abandono, año tras año, de 70 millones de euros. Mientras, los gallegos vivimos al acecho. Del avión, de las llamas, del viento. Esperando la lluvia que paralice la trama. Si la hubiere.

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